martes, 19 de marzo de 2013

Un buey llamado Hermoso (Leyenda de Bután)



Leyenda de Bután

Hace muchísimo tiempo en esa región nació un becerro que fue adquirido por Amir, un hombre rico que lo llamó Hermoso. Lo atendía con esmero y lo alimentaba con lo mejor. Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande pensaba agradecido que su dueño lo trataba muy bien. “Mi amo me trata muy bien y me gustaría agradecer su ayuda”. Así pues un día le propuso:

-Mi señor, busque algún ganadero orgulloso de sus animales y dígale que puedo tirar de cien carretas cargadas al máximo.

Amir aceptó y fue a visitar a un mercader.

-Mis bueyes son los más fuertes –le dijo éste.

-No, el mío puede tirar de cien carretas cargadas –dijo Amir.

Apostaron un bolso con monedas de oro y fijaron la fecha para la prueba.

El mercader dispuso cien carretas cargadas al máximo con arena para volverlos muy pesados. La prueba dio inicio y Amir se subió a la primera carreta y no pudo resistir la tentación de darse importancia ante todos los presentes. Hizo sonar su látigo y le grito a Hermoso:





-¡Avanza, animal tonto!

Hermoso triste pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Así es que permaneció fijo y se resistió a tirar.

Todos se rieron mucho y Amir tuvo que pagar al mercader la apuesta. De vuelta en la casa, Hermoso le dijo:

-¿Por qué estás tan triste?

-Perdí mucho dinero hoy por tu causa.

-Me diste con el látigo, me llamaste tonto. Dime, ¿en toda mi vida te he causado algún daño? –preguntó Hermoso.

-No –respondió el amo.

-Entonces, ¿por qué me ofendiste? No es mía la culpa, sino tuya. Pero como me da pena verte así, te propongo que vuelvas con el mercader y le propongas una apuesta doble. Pero ahora sí, usa conmigo solo las palabras que merezco.

El mercader pensó que volvería a ganar, así es que aceptó.

Al día siguiente todo estuvo dispuesto para la nueva prueba. Amir se acercó a Hermoso con una flor en la mano, le tocó la cabeza y le dijo,

-Hermoso, ¿me podrías hacer el favor de tirar de estas cien carretas?

Hermoso obedeció y sin dificultad tiró de las carretas. El mercader convencido pagó las dos bolsas de oro y todos llenaron de cumplidos al buey.

Pero fue Amir quien apreció más que nadie la lección de humildad y respeto que había recibido y la recordó toda su vida: la persona respetuosa sabe donde terminan sus límites y comienzan los de los demás.

NECESITO DE TODOS

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