sábado, 30 de marzo de 2013

HOY HE MUERTO Y HE CONOCIDO A MI ÁNGEL..(1)




El texto que sigue, fue escrito hace cinco años… Tenía que ser el primer capítulo de un libro que nunca terminé. Hoy lo he reencontrado, y lo publico sin corrección alguna. El inicio de un cambio, de una transformación personal que ya se intuía…. 

Puede que, cuando termine lo que tengo entre manos, continúe con esta obra inconclusa. ¿Os parece una buena idea? Dice así:



Hoy, sin previo aviso y contra todo pronóstico, he muerto. A mis 30 años, a un día de mi cumpleaños he conocido el rostro de la portadora de la guadaña. Nunca imaginé que viniera a visitarme tan pronto. Siempre supuse que mi corazón dejaría de latir en mi vejez, cómodamente acostado en la cama de mi casa, durmiendo junto a mi amadísima esposa, sin ruidos, sufrimientos ni espasmos. Con la vida de mis hijos encauzada, con mi familia aposentada, con una vida realizada, con el alma preparada… Estaba convencido de que la muerte era una amiga que venía a recogerte en tu mejor momento… Pero estaba equivocado…

Hoy –necesito repetirlo para tomar conciencia de ello- he muerto. Un estúpido despiste al volante me ha costado la vida. Estaba trabajando, como siempre y, también como siempre, iba más rápido de lo permitido porque llegaba tarde a una reunión. Sólo he quitado los ojos de la carretera un instante porque no encontraba el mechero para encenderme el cigarro que apretaba entre mis labios. Cuando he dado con él todo ha terminado. Puedo decir, por no perder el sentido del humor –algo tan humano y tan escaso al mismo tiempo- que el tabaco me ha matado. Un fuerte impacto, ruido de cristales rotos, golpes y magulladuras, dolor, mucho dolor, una humedad pastosa que debe proceder de mi propia sangre, un insufrible sonido –similar al de miles de abejas gigantes batiendo sus alas sin cesar junto a mis oídos-, la sensación de ser aspirado –que siento en mis entrañas y que estira de una parte de mí hacia fuera-, algo parecido a un nuevo parto, a cruzar el oscuro útero de mi madre para salir a no sé donde y, finalmente, silencio… Un tenebroso silencio que acentúa mi desconcierto.

Hasta este instante, jamás había conocido el silencio. Incluso cuando los ruidos se apagaban, incluso cuando escalé hasta la cima de aquella alta montaña, incluso cuando me senté a la orilla de la playa… Siempre hubo ruido, un ruido que, cuando no venía de mi alrededor, procedía de mi interior, de mis pensamientos, de mis preocupaciones, de mis proyectos… Un ruido que jamás me abandonó, que siempre estuvo junto a mí, distrayéndome, y que ahora comprendo que no me permitió quedarme ni un instante a solas conmigo mismo.

Ahora sí, ahora ya no hay más que silencio. Al cerrarse mis ojos, expirando mi último aliento de vida, he visto -por primera vez- mi auténtico rostro (tal vez para eso sirva el silencio). Ahora entiendo por qué algunos hombres, a los que yo consideraba fracasados porque no tenían mi estatus social, pese a carecer de todo lo que yo poseía tenían algo de lo que yo jamás he disfrutado: una sonrisa auténtica que les salía de dentro. La sonrisa que descubre la felicidad y satisfacción interior, la muestra de que uno sabe quién es y está satisfecho con su persona. Yo también he sonreído, es cierto, pero generalmente porque algo me parecía gracioso o porque necesitaba caer simpático. La mía siempre ha sido una sonrisa que viene de fuera o que se ofrece al otro, pero nunca he sonreído en la intimidad.

Y ahora, que me veo como soy, tampoco sonrío. Y si no lloro es porque carezco de lágrimas, porque la verdad se me muestra sin disfraces y resulta difícil soportarla: no soy mis proyectos, no soy lo que otros piensan de mí, no soy el éxito profesional que he logrado, no soy mis estudios, no soy mis promesas, no soy nada de lo que creía ser. El verdadero milagro es que soy. Así de sencillo, así de simple, así de cierto. Soy, no seré ni he sido. Soy, en presente. Y me duele comprender que en mi vida no he sido porque mi vista ha estado siempre puesta en el pasado y, aun más, en el futuro, en ese fruto de la imaginación que hoy sé que no será.

Cuando en mi juventud me presentaba ante alguien lo hacía como licenciado en derecho, abogado, directivo de una empresa, hombre casado y con cuatro hijos a los que mantengo –me corrijo, mantenía- con mi duro trabajo diario que ocupa todas las horas del día y algunas de la noche. Ahora me resulta ridículo pero, entonces, me creía que, con ello, mi interlocutor ya podía hacerse una idea de con quién estaba hablando. ¿De qué me sirve ahora todo eso? ¿De qué me sirve mi licenciatura? ¿Acaso podré ejercer la abogacía en el Hades? ¿Qué empresa voy a dirigir desde la tumba? ¿No dicen que uno está casado “hasta que la muerte nos separe”? ¿Qué voy a hacer ahora por mis hijos si ya no puedo trabajar para hacerles la vida más placentera? Ya no soy nada de lo que pensaba que me definía y, sin embargo, sigo siendo. Soy, si cabe, más que nunca. Así que debía estar equivocado, debía ser otra cosa.

Si exprimo mi memoria, recuerdo haber leído en algún sitio (en la época en la que todavía encontraba tiempo para leer, esto es, en mi época de estudiante) que el hombre es un ser, un animal, dotado de inteligencia y de una voluntad libre. Nunca di demasiada importancia a la dichosa frase pero empiezo a pensar que era más acertada que mi larga definición. Porque, si lo miramos fríamente, ¿qué soy ahora? Conciencia, un ser inmaterial abierto a cuanto lo rodea a través del conocimiento. Y no entiendo lo que me rodea. No comprendo el estado en el que me encuentro.

Tal vez, si hubiera dedicado más tiempo a meditar sobre quién soy, sobre qué soy, sobre qué era mi vida y a qué debía dedicarla, sobre de dónde vengo y a dónde voy, tal vez en ese caso no sentiría la inquietud y el desasosiego que me invade hasta producirme un malestar similar a la náusea.

En la soledad que me rodea, en medio del mundo pero ajeno a él, sin duda fuera del tiempo, mi pensamiento intuye verdades que jamás busqué. Ahora comprendo que la principal realidad soy yo mismo y que, el mundo, no era más que un espejismo. Él se esfuma, pasa, cambia, se destruye… Pero yo sigo aquí. El mundo podrá perdurar un tiempo –tal vez siglos o milenios- pero mi mundo ha desaparecido con mi muerte, mientras que yo sigo aquí. ¿Por qué entonces le he dedicado tanto tiempo a él y tan poco a mí mismo? ¿Cómo he podido tener las prioridades tan equivocadas y, además, sentirme satisfecho con mi empecinamiento?

Me viene a la mente una frase de un antiguo profesor que me dijo: “la vida es como un caballo salvaje: o la dominas, o te arrastrará”. Creía que había conseguido domarla, que mi vida era exitosa y ordenada, pero no he logrado el éxito personal sino el profesional, no he alcanzado la felicidad sino la satisfacción de las necesidades que yo mismo me he creado. Comencé a trabajar para tener una independencia económica respecto a mis padres; más tarde quise vivir en una zona mejor; después cambié de coche y debía pagarlo; mis hijos debían ir al mejor de los colegios; mi mujer debía llevar una ropa y unas joyas que mostraran al mundo lo bien que nos iban las cosas… Y todas y cada una de esas cosas implicaban pagos, letras a cubrir, dinero que debía lograr trabajando más horas porque, si no, no llegábamos a final de mes. Logré tener un gran sueldo, pero perdí algo sin precio: el tiempo libre, la espiritualidad y la tranquilidad. Así pues, esta claro que la vida me ha arrastrado.

Dicen que las experiencias son una fuente inagotable de conocimiento. No sé para qué me servirá ahora pero es cierto que, con la muerte, algo he aprendido sobre la vida: a valorar el silencio como camino hacia el Conocimiento.

Pero, ¿y ahora qué?, me pregunto.

- “Ahora toca despertar”, dice alguien a quien no veo, con un tono profundo, serio y dulce a un tiempo que parece surgir de mí mismo.

- ¿Quién eres tú, que sin verte siento tu voz como propia y ajena a la vez?, inquiero. No oigo mi voz, será porque carezco de cuerdas bucales, pero sé que –de algún modo- he formulado mi pregunta.

- Soy tu ángel custodio, el mediador, tu guía espiritual, tu musa, tu inspiración, tu Naturaleza Perfecta… Soy el intermediario entre la Divinidad y tu individualidad. El puente tendido entre el que eres y el que puedes llegar a ser… Puedes llamarme Svadharma.

De nuevo esa extraña y cálida voz (por llamarla de algún modo), dotada de autoridad, serenidad y cariño… Aunque siento el efecto balsámico que produce su proximidad, no estoy en situación de que me tranquilice alguien a quien no veo –aunque siento- por muy ángel de la guarda que diga que es.

- No creo que, en mi estado, pueda llegar a ser gran cosa… No sé si te has dado cuenta, pero creo que estoy muerto. ¿No podrías haberte mostrado antes? Tal vez entonces me hubieras servido de algo.

- Siempre he estado a tu lado, siempre te he susurrado al oído, siempre te he advertido, siempre te he aconsejado… Pero tú, no siempre me has escuchado.

No hay reproche en su voz, no es ofensivo, siento que dice la verdad y que se duele por mi actuación. Pero no por él, sino por mí. Pese a ello, no voy a dejarme doblegar tan fácilmente. Mi ego ataca con la mejor dialéctica de la que es capaz:

- ¿Que no siempre te he escuchado? ¡Si jamás te he oído!

- Cierto, pero la culpa no es mía. Eras tú el que eras incapaz de oír mi voz porque siempre huiste del silencio. ¿Acaso te asustaba lo que podías oír?

Ataque fallido, me desmorono, un flujo de amor y comprensión que ya no puedo seguir obviando me envuelve y desarma.

- No, no me asustaba. Lo que sucede es que no sabía que había algo que escuchar y, en cambio, siempre tenía cosas importantes en las que pensar.

- No te equivoques: tenías cosas urgentes en las que pensar, pero no cosas importantes-, replica.

- Ahora resulta que mi ángel de la guarda me ha salido filósofo ¿Puedes explicarme qué diferencia hay?

- Las cosas urgentes cobran importancia por la necesidad de atenderlas en un plazo breve de tiempo. Las cosas importantes, en cambio, lo son por sí mismas, son intemporales, trascendentes, divinas… Pero no te preocupes, voy a ayudarte a descubrirlas, vas a recuperar el tiempo perdido.

Sin duda, Svadharma me aprecia. Estoy convencido de ello, tengo una seguridad absoluta en que no me equivoco. Pero mucho me temo que me ha tocado un guía espiritual un poco limitado que todavía no se ha enterado de que ha llegado tarde. Así que intentaré aclarárselo:

- Pero, ¿de qué me va a servir todo lo que me expliques? Te lo repito, por si todavía no te has dado cuenta, estoy muerto.

- Sí, dices que estás muerto… Pero sigues siendo… ¿o no? Eres, como reflexionabas hace un rato, conciencia, inteligencia y voluntad. Y voy a revelarte el primero de los secretos que iremos desvelando juntos: UNO ES AQUELLO QUE CONOCE, AQUELLO QUE AMA. Así que, todo lo que aprendas conmigo incrementará tu ser, tu conciencia, tu entidad. Y, sólo por aclarártelo, no voy a darte una explicación, una clase o una conferencia. Mi idea de la enseñanza consiste en acompañar al discípulo a través de un largo viaje en el que sea él mismo quien adquiera los conocimientos por experiencia propia. Lo demás es un fraude, mera erudición.

Ya no hay duda, me ha tocado un protector que se cree filósofo. No hay nada que hacer, habrá que seguirle la corriente.

- Vale, perfecto. ¿Y me puedes explicar, oh tú, mi fantástico y sabio ángel a dónde vamos a ir en este lugar donde parece que no existe ni el espacio ni el tiempo? ¿Acaso no has caído en la cuenta de que no hay a dónde ir?

No he podido evitar la ironía. De veras que no la empleo con intención de herirle, pero la situación me supera, esperaba que el encuentro con la muerte sería otra cosa… Por su respuesta, parece que no ha hecho caso de mi tono sardónico. Con una seguridad que me ha sorprendido (y en la que me ha parecido descubrir, o sentir, una media sonrisa) me ha espetado lo siguiente:

- Vamos a viajar por tu vida, y te aseguro que será un viaje que no olvidarás jamás.

http://meditacionesdeldia.wordpress.com

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