lunes, 18 de marzo de 2013

El zorro mutilado y el tigre, o sobre no precipitarse al interpretar los designios de Dios



Recuerdo haber escuchado, hace ya mucho tiempo, una hermosa historia que me llevó a pensar… Y a cambiar, que es aún más importante.

Cuentan que un importante empresario -llamado Gatur- se encontraba de cacería por Rusia y se encontró con un espectáculo que le sorprendió: un zorro tullido pero fornido, que había perdido dos de sus patas pero no sus carnes, reposaba tranquilamente al pie de un árbol, disfrutando de su sombra y de la brisa fresca de primera hora de la tarde.

Preguntándose cómo era posible que un animal incapaz de valerse por sí mismo pudiera tener tan buen aspecto, decidió ocultarse entre la maleza para observar de qué extraño modo se alimentaba el animal mutilado. Gatur era un hombre inteligente, con educación y experiencia. Sabía como pocos que la naturaleza es un libro abierto que transmite la sabiduría divina a quien es capaz de interpretar sus símbolos, así que pensó que podría aprender mucho de tan desdichado animal.

Al cabo de unas horas, unas pisadas sobre las hojas secas lo pusieron en alerta: algo o alguien se acercaba. Para su sorpresa, vio aparecer en el claro a un espectacular y vigoroso tigre… Y estuvo convencido de que iba a presenciar el fin del zorro. Pero se equivocaba. Al cabo de unos segundos pudo comprobar que el fiero felino llevaba entre sus dientes un pedazo de carne sangrante, que dejó a los pies del zorro… Y después desapareció.

Estaba atónito: ¡ese era el secreto del zorro! ¡Así se alimentaba! Dios había dispuesto que otro le facilitara el alimento del que precisaba… Era fantástico. En ese momento vinieron a su mente sus interminables jornadas de trabajo, sus múltiples preocupaciones, sus noches de insomnio a causa de los nervios y los problemas… Y decidió dejarlo todo y vivir como un peregrino plenamente confiado en la bondad del Señor. Pensarlo y hacerlo fue un segundo, así que –desde ese mismo instante- comenzó una vida de pobreza y abandono en Dios.

Lamentablemente, la zona en la que se encontraba no sabía lo que era la prosperidad, y los habitantes de los pueblos cercanos sufrían una vida de penuria que no les permitía compartir lo poco de lo que disponían pues carecían de lo mínimo para cubrir sus necesidades básicas. Así que, al cabo de unos días, el hambre y la sed habían hecho mella en su cuerpo y en su ánimo y, disgustado, Gatur se enfrentó con Dios:

- Aquí estoy, a las puertas de la muerte, dolido y cansado, por seguir el consejo que me diste con la escena que presencié… ¿Cómo me haces esto? Lo he dejado todo, he abandonado cuanto tenía y me he fiado de ti… Y tú me has fallado. ¿Se puede saber qué quieres que haga?

Para su sorpresa, una voz retumbó como un trueno… Era Dios, que le respondió:

- Lo que quiero, hijo mío, es que dejes de hacer el imbécil. ¿Dónde está tu mutilación, tu incapacidad? Te he dado inteligencia, fuerza, educación, oportunidades y medios… Mira a tu alrededor… ¡No tenías que seguir el ejemplo del pobre zorro! ¡Tú, Gatur, eres el tigre!

En ese instante, cayó el velo que cubría los ojos del mendigo y comprendió lo que hasta ese momento había permanecido oculto a su mirada. Dios le había hablado a través de la naturaleza, pero él se había precipitado y había malinterpretado su mensaje. Retomó su vida anterior y aprovechó su inteligencia, su éxito y sus bienes materiales para ayudar a todos aquellos que, como el zorro, no podían valerse por sí mismos. Desde ese día fue feliz, plenamente feliz, y llenó de luz y calor la vida de quienes le rodeaban.



También nosotros tenemos algo del zorro y del tigre: debemos abrirnos a aceptar ayuda cuando somos incapaces de valernos por nosotros mismos y, al mismo tiempo, debemos estar atentos a las necesidades de aquellos que sólo con nuestra ayuda podrán alcanzar la vida que como seres humanos se merecen.

En nuestras manos está. Quejémonos menos y hagamos más. Un mundo mejor es posible, si realmente queremos.

VÍA YO EVOLUCIONO

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