En esta parte del mundo, hemos crecido, sin importar cuál religión nos hayan inculcado, en la noción de pecado. Cito al diccionario: transgresión voluntaria de preceptos religiosos; cosa que se aparta de lo recto y justo o que falta a lo que es debido; exceso o defecto en cualquier línea.
Desde niños, hemos sido acusados de “malos” o amenazados con dejar de ser queridos por nuestros padres o Dios si transgredíamos las reglas, a veces de nuestros mismos padres y otras de lo que se suponía que el Creador había dispuesto.
Generalmente, no tomamos demasiada conciencia de cuán marcados estamos por estos conceptos. Y es a fuego… el fuego del Infierno!! Como adultos y en esta época nihilista y cínica, creemos que ya estamos de vuelta, pero no es así. Nuestros Niños Internos están todavía tomados por la culpa y el castigo que generaron estos pecados en su frágil conciencia.
Son notables las marcas que dejan estas enseñanzas en nosotros. Muchas veces, cuando estamos analizando ciertos fracasos y traumas con pacientes, surgen estas sensaciones de haber sido considerados malos por no obedecer o no responder a las expectativas o no comprender o tener ciertos deseos o conductas. La percepción de ser malos, de no merecer, de estar fallados, de estar perdidos en el Purgatorio (cuando no en el Infierno) es muy fuerte, aunque no se tenga exacto conocimiento de ello.
Pecado mortal es, según la doctrina católica, el que priva al hombre de la vida espiritual de la gracia y lo hace enemigo de Dios y digno de la pena eterna. Si se le dice esto a un niño inocente y cándido, queda en su inconciente. Como en la infancia todos nos creemos el centro del mundo, cualquier cosa “mala” que sucede la consideramos nuestra culpa, se trate de algo generado por nosotros o por otras personas. De ahí, a creer que Dios no nos ama y que no somos dignos de su gracia, hay un paso.
Como escribí muchas veces, en este plano, la Luz y la Oscuridad ha sido el juego que estamos jugando. Pasamos por la Oscuridad para conocer la Luz. El que lo hayamos hecho un juego tremendamente doloroso y sufrido, es nuestra responsabilidad. Por eso, es necesario replantearnos los conceptos que nos manejan desde adentro y desde afuera y tratarnos con la compasión y el amor que Dios tiene para nosotros siempre.
Hace tiempo, estoy observando que, a los que están en temas espirituales y creen que han superado estas instancias, les han surgido nuevos pecados. Por un lado, aclaro que los viejos siguen teniendo vigencia para muchos, por más que parezca que no. Por otro lado, ahora han acumulado otros: ¿no eres vegetariano?, ¿no comes sano?, ¿vas al médico alópata?, ¿no haces actividad física?, ¿no lees a los gurúes del pensamiento positivo?, ¿no meditas?, ¿no estás en un grupo espiritual?
También, encontramos pecados capitales: ¿sigues cayendo en los mismos errores, aún cuando ya sabes todo?; a consecuencia de ello, ¿te has enfermado?, ¿sigues con carencias económicas?, ¿no eres feliz todo el tiempo?
Sea que “cometas” los viejos y/o los nuevos pecados, lo que tienen en común es una idealización, una exigencia, un canon de lo que se DEBE ser o hacer o tener. Ese modelo es dominante, unidireccional, pretendidamente totalizador. En la realidad, no permite las diferencias, la experimentación, la duda, la novedad, la trascendencia.
Desde niños, hemos sido acusados de “malos” o amenazados con dejar de ser queridos por nuestros padres o Dios si transgredíamos las reglas, a veces de nuestros mismos padres y otras de lo que se suponía que el Creador había dispuesto.
Generalmente, no tomamos demasiada conciencia de cuán marcados estamos por estos conceptos. Y es a fuego… el fuego del Infierno!! Como adultos y en esta época nihilista y cínica, creemos que ya estamos de vuelta, pero no es así. Nuestros Niños Internos están todavía tomados por la culpa y el castigo que generaron estos pecados en su frágil conciencia.
Son notables las marcas que dejan estas enseñanzas en nosotros. Muchas veces, cuando estamos analizando ciertos fracasos y traumas con pacientes, surgen estas sensaciones de haber sido considerados malos por no obedecer o no responder a las expectativas o no comprender o tener ciertos deseos o conductas. La percepción de ser malos, de no merecer, de estar fallados, de estar perdidos en el Purgatorio (cuando no en el Infierno) es muy fuerte, aunque no se tenga exacto conocimiento de ello.
Pecado mortal es, según la doctrina católica, el que priva al hombre de la vida espiritual de la gracia y lo hace enemigo de Dios y digno de la pena eterna. Si se le dice esto a un niño inocente y cándido, queda en su inconciente. Como en la infancia todos nos creemos el centro del mundo, cualquier cosa “mala” que sucede la consideramos nuestra culpa, se trate de algo generado por nosotros o por otras personas. De ahí, a creer que Dios no nos ama y que no somos dignos de su gracia, hay un paso.
Como escribí muchas veces, en este plano, la Luz y la Oscuridad ha sido el juego que estamos jugando. Pasamos por la Oscuridad para conocer la Luz. El que lo hayamos hecho un juego tremendamente doloroso y sufrido, es nuestra responsabilidad. Por eso, es necesario replantearnos los conceptos que nos manejan desde adentro y desde afuera y tratarnos con la compasión y el amor que Dios tiene para nosotros siempre.
Hace tiempo, estoy observando que, a los que están en temas espirituales y creen que han superado estas instancias, les han surgido nuevos pecados. Por un lado, aclaro que los viejos siguen teniendo vigencia para muchos, por más que parezca que no. Por otro lado, ahora han acumulado otros: ¿no eres vegetariano?, ¿no comes sano?, ¿vas al médico alópata?, ¿no haces actividad física?, ¿no lees a los gurúes del pensamiento positivo?, ¿no meditas?, ¿no estás en un grupo espiritual?
También, encontramos pecados capitales: ¿sigues cayendo en los mismos errores, aún cuando ya sabes todo?; a consecuencia de ello, ¿te has enfermado?, ¿sigues con carencias económicas?, ¿no eres feliz todo el tiempo?
Sea que “cometas” los viejos y/o los nuevos pecados, lo que tienen en común es una idealización, una exigencia, un canon de lo que se DEBE ser o hacer o tener. Ese modelo es dominante, unidireccional, pretendidamente totalizador. En la realidad, no permite las diferencias, la experimentación, la duda, la novedad, la trascendencia.
Cada uno de nosotros somos una plantilla absolutamente personalizada, maravillosamente valiosa, fértil, exuberante, interdimensional, que estamos interactuando en una Matrix que le da a cada uno lo que cree. Si nos atamos a modelos preestablecidos y nos maltratamos con críticas y culpas, no sólo restringimos esa fecunda creatividad que poseemos sino que además no dejamos surgir ese luminoso potencial que traemos.
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