por Hortensia Galvis
Cuando permites que una creencia se fije en el disco duro de tu conciencia, es como si entraras manejando a una autopista que define tu rumbo. Porque tus creencias determinan la calidad de las experiencias que vivirás, sea que estés consciente de ello, o no. A la luz de esta verdad vamos hoy a examinar cuidadosamente dos paradigmas distintos de creencias: 1) El que hasta ahora ha estado vigente en nuestra cultura, y que nos ha condicionado, y 2) El que ahora te apoya para la transformación.
Paradigma 1 – La Tierra es un valle de lágrimas, en donde, por medio del sufrimiento, el hombre se gana el derecho de ir al cielo, cuando muera. El ser humano nace pecador y, no obstante las enseñanzas de la religión, sigue pecando aunque con ello ofenda a Dios. El pecador debe arrepentirse, hacer penitencia y pedir perdón por sus pecados.
Resultados de esta creencia: Creer que no merecemos y que somos indignos es invitar a la desgracia. Cuando un hombre se cree culpable, según la “Ley de Correspondencia”, atraerá para sí: sufrimiento, escasez, enfermedad y toda la gama posible de miserias.
Paradigma 2 - El hombre está en la Tierra, que es un planeta escuela, para aprender a ser feliz. Ese aprendizaje no es teórico, sino práctico, se requiere la experiencia de error y acierto. Al principio llegas a este nivel como un ignorante, e igual que un niño que empieza a caminar, caes muchas veces. Pero cometer errores hace parte del proceso. El Dios, que vive en ti, nunca se ofende por tu ignorancia, no necesitas flagelarte ni pedir perdón. Si cometiste un desacierto, aprende de él y mantén firme la intención de: “la próxima vez lo haré mejor”.
Resultado de esta creencia: Me siento bien conmigo mismo y conservo mi paz.
Paradigma 1 – Dios es un ser distinto del hombre, que juzga y condena a los humanos que hacen el mal, y premia a los que hacen el bien. El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma; su cuerpo está alineado con todo lo malo, y el alma, que es inmortal, es la que se salva y va al cielo cuando el cuerpo muere.
Resultado: Este es el esquema de separación, que en la Biblia figura como “la expulsión del paraíso”. Esta creencia conduce hacia el rechazo de lo que juzgamos como malo, o distinto de mí. Así el hombre se aísla dentro de su propio caparazón (el ego), que es lo “suyo”, y hacia el exterior (lo distinto) proyecta su deseo de dominación, discriminación, luchas, guerras, y el abuso a la naturaleza y a otras formas de vida.
Paradigma 2- El universo está dispuesto como un sistema de hologramas, donde lo más grande es igual a lo más pequeño. Hay un holograma más grande que los contiene a todos, y a ese Amor e Inteligencia Suprema lo llamamos Dios. Por eso “EN DIOS TODOS SOMOS UNO”. Esta organización por hologramas podemos comprenderla fácilmente cuando observamos cómo nuestras células repiten el modelo del sistema solar, y el sistema solar de la galaxia. Dentro de este orden universal existen jerarquías: si mi grado de conciencia es menor, me corresponden más limitaciones, es claro que en una gota de agua del océano no caben tiburones, ni ballenas. Pero sé que, si logro hacer un empalme con la red universal de interconexión, es posible para mí acceder a la conciencia de totalidad y vivir en el amor incondicional, que es la fuerza que une todo lo creado.
Resultado: Todos los seres hacen parte de mí y yo soy parte de ellos. Comprendo que cuando perjudico a alguien, me estoy dañando también a mí mismo. Amo y protejo la vida.
Paradigma 1- Mi vida es una lucha por lograr lo que yo quiero. Veo pobreza, injusticia, desastres naturales por todas partes. Necesito practicar la caridad y cambiar las cosas para que el mundo esté mejor.
Resultado: Luchas, frustración, desesperación, porque lo que le corresponde a cada cual no puede cambiarse. A largo plazo: refugio en las drogas, o el alcohol. Posible pérdida de la salud.
Paradigma 2 – Cada uno crea su propia realidad con el pensamiento. Hay algunos seres ignorantes que han creado para sí mismos situaciones muy negativas, sin embargo respeto sus experiencias de aprendizaje y no interfiero para cambiarlas. Acepto todo lo que llega a mi vida como perfecto, porque sé, que cada elemento nuevo me trae la oportunidad que necesito para aprender.
Resultado: Sin importar lo que suceda exteriormente yo conservo mi paz. Para quien opera desde esta creencia, queda abolido el sufrimiento.
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