El hombre generoso
Había una vez un hombre generoso, oriundo de Bokhara. Debido a que tenía un grado tan alto en la jerarquía invisible, era conocido como el Presidente del Mundo. Puso una condición a su generosidad. Cada día daba oro a una categoría de personas: enfermos, personas viudas, etc. Pero nada debía darse a quien abriese la boca.
No todos podían guardar silencio.
Un día tocó a los abogados recibir su parte. Uno de ellos no pudo contenerse y pronunció la más cabal de las súplicas.
Nada le fue dado.
Sin embargo, no puso aquí fin a sus esfuerzos. Al día siguiente estaban siendo ayudados los inválidos, de modo que fingió que sus piernas estaban rotas.
Pero el Presidente lo reconoció, y nada obtuvo.
Al siguiente día, con otra apariencia, cubierto su rostro, se presentó entre personas de otra categoría. Fue nuevamente reconocido y despedido.
Probó una y otra vez, incluso disfrazándose de mujer: pero siempre sin resultado.
Finalmente, este abogado encontró un enterrador y le pidió que lo envolviera en una mortaja. “Cuando pase el Presidente quizá suponga que se trata de un cadáver. Tal vez arroje algún dinero para mi entierro, del que yo te daré una parte.”
Así lo hicieron. Una moneda de oro cayó, de la mano del Presidente, sobre la mortaja. El mendigo la agarró, temiendo que el enterrador se le adelantase. Luego dijo el benefactor: “Me negaste tu generosidad. Mira como la he conseguido.”
“Nada podrás obtener de mi”, respondió el hombre generoso, “hasta que mueras”. Este es el significado de la frase oculta ‘el hombre debe morir antes de su muerte'. El don llega después de la ‘muerte', y no antes. Y esta ‘muerte' incluso no es posible sin ayuda.
pg. 228
No hay comentarios:
Publicar un comentario