"Había una vez un rey que tenía dos hijos, y se acercaba el momento en que tendría que decidir cuál de sus dos le sucedería en el trono. Así que un día reunió a todos los integrantes de su corte y citó a sus dos vástagos. En esta reunión le entregó a cada hijo cinco monedas de plata y les dijo: “Antes de que anochezca, tenéis que llenar esta enorme sala. Sois libres para decidir con qué vais a llenarla. Podéis usar las monedas si fuese necesario”.
El hijo mayor salió a los campos del reino, donde los trabajadores estaban cosechando la remolacha para sacar azúcar de ellas. Pensó que una vez que la remolacha era prensada para sacarle el juego, el bagazo era botado. Entonces llegó a un acuerdo con los trabajadores, para que llevaran todos los residuos al palacio y llenaran la sala; como pago les entregó las cinco monedas.
El hermano menor pidió que retiraran toda la remolacha de la sala. Y una vez que quedó el espacio completamente vacío, entró con una vela en la mano, la colocó
en el centro de la sala y la encendió. De pronto la sala quedó completamente iluminada, pues la luz llegó hasta cada rincón oscuro. El Rey, al comprobar la hazaña de su hijo menor le dijo: “Tú serás mi heredero. Porque sin haberte gastado las monedas, trajiste la luz al palacio”.
Podemos florecer ahí donde nos encontramos en este momento; es decir, conectarnos con nuestras cualidades, talentos, experiencias y mejores aspectos de nuestra personalidad para proyectarnos a través del trabajo que realizamos y del servicio
que prestamos a otros en muchos momentos.
Un contacto aparentemente casual puede representar la oportunidad que tenemos
de sembrar un poco de paz, esperanza, motivación, entusiasmo y confianza en la vida de otra persona, aunque sea un desconocido. El trato amable, la sonrisa, una frase de reconocimiento, un gesto amistoso o solidario, un comentario optimista o simplemente una palabra de saludo o de aliento, pueden ser el vehículo perfecto para lograrlo.
MAYTTE
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