Sé que la vida no es sencilla, que tendemos a complicárnosla, que nos la complican… Y que, en ocasiones, tenemos que tomar decisiones difíciles.
No es raro que, en esos instantes determinantes, sintamos la tentación de rendirnos, de dejarlo estar, de no correr riesgos, de acallar nuestro corazón para dejar lugar a nuestra madura sensatez… El problema está en que, en estos casos, estamos permitiendo que sea nuestro miedo –y no nuestra vocación, nuestra necesidad interior- quien dirija el rumbo de nuestra vida… Y esto tiene consecuencias. El Che Guevara lo tenía claro, se le adjudica una célebre frase: “Más vale morir de pie, que vivir arrodillado”.
Ése es el riesgo, que la cosa salga mal, que perdamos la batalla… Pero generalmente eso no conduce a la muerte, no son tan grandes las luchas a las que habitualmente tenemos que hacer frente. Sin embargo, ¿y si la cosa sale bien? ¿Qué vida me espera? Del mismo modo que habitualmente nos ponemos en lo peor, ayuda también a decidirse equilibrar la balanza poniéndose en lo mejor.
En este sentido, me parece interesante recordar una frase que escuché hace unos años en un curso de ESADE: “A mayor riesgo, mayor beneficio”. Y, a sensu contrario, podemos deducir que “si no corremos riesgos, no podemos esperar grandes resultados”.
Es lo que tiene el quedarse a salvo, no arriesgar… Con suerte, nos quedaremos como estamos… Puede que vayamos a peor… Pero a mejor no iremos, de esto puedes estar seguro.
Tú decides, la decisión final siempre es tuya… Y sus consecuencias también…
Pero, piénsalo, ¿y si te saliera bien? ¿No compensa el riesgo y el esfuerzo? ¡Hazlo!
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