Termino hoy la narración de mi experiencia en un camino de peregrinación japonés, y mi primer contacto con el Shugendo, práctica ancestral de desarrollo espiritual.
Estamos en el espacio privado de un templo budista. Escuchamos al monje cantar, rezar en voz alta, tocar un instrumento de percusión. Recuerdo las otras veces que practiqué Shugendo durante estos días: caminar sin abrigo a una intemperie bajo cero, quedarme despierto una noche entera, mantener la frente apoyada en la áspera corteza de un árbol hasta que el dolor se dejase anestesiar a sí mismo.
Durante el viaje, las personas decían que el monje que tengo delante de mí recitando las oraciones es el máximo especialista de Shugendo de la región. Intento concentrarme, pero espero con ansiedad el final de la ceremonia. Para mi sorpresa, el monje trae tres libros míos y me pide que se los dedique. Aprovecho para pedirle autorización para grabar nuestra charla. El monje, que no para de sonreír, dice que sí.
–Tenemos 48 cascadas en la región– comenta. Para llegar a ellas es necesario tener mucha resistencia física al dolor y al cansancio. Una de las prácticas del Shugendo consiste en resistir bajo el agua helada, hasta que esta limpie el cuerpo y el alma.
–¿Fue la dificultad del camino de Kumano lo que originó el Shugendo?
–Fue la necesidad de entender la naturaleza lo que obligó al hombre a dominar el dolor e ir más allá de sus límites. Hace 1.300 años, un monje que tenía dificultades para concentrarse, descubrió que el cansancio y la superación de los obstáculos físicos podían ayudarlo en la meditación. El monje hizo este camino una y otra vez hasta morir; subiendo y bajando montañas, quedándose sin abrigo en la nieve, entrando todos los días en una cascada de aguas friísimas para meditar. Como se transformó en un ser iluminado, algunos siguen su ejemplo.
–¿Es una práctica budista?
–No. Es una serie de ejercicios de resistencia física que ayudan a que el alma camine junto al cuerpo.
–En una frase ¿qué es el Shugendo y el camino de Kumano?
–Quien realiza ejercicio físico, adquiere experiencia espiritual, si tiene su mente fija en Dios mientras está exigiendo lo máximo de su cuerpo.
–¿Hasta qué punto el dolor físico es importante?
–Este tiene un límite. Traspasando el límite del dolor, el espíritu se fortalece. Los deseos de la vida cotidiana pierden su sentido, y el hombre se purifica. El sufrimiento viene del deseo, no del dolor.
El monje sonríe y me pregunta si quiero ver la cascada de cerca –con lo que entiendo que nuestra conversación debe darse por terminada. Antes de salir, él se vuelve hacia mí:
–No se olvide: intente ganar todas sus batallas, incluso las que traba consigo mismo. No tema las cicatrices. No tema vencer.
Cuando estoy a punto de subir al avión, Katsura –la joven guía de veintinueve años que estuvo presente desde mi primer día en Kumano– me entrega un pequeño manuscrito en japonés, con algunos datos históricos de Kumano. Inclino la cabeza y le pido su bendición. Ella no vacila ni siquiera un segundo: pronuncia algunas palabras en japonés, y cuando levanto los ojos, veo en su rostro la sonrisa de una joven que eligió ser guía de un camino que nadie conoce, que aprendió a dominar un dolor que no todos van a sentir, y que entiende que el camino se hace al andar, no pensando sobre él.
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