Cada hombre está donde está por la ley de su pensamiento; los
pensamientos con los que ha construido su carácter le han llevado donde está,
y en el plan de su vida no existe la casualidad, sino que todo es el resultado de
una ley infalible. Esto es tan verdad para aquellos que se sienten “inarmónicos”
con su entorno como para los que se sienten “armonizados” con él.
Como un ser que progresivamente evoluciona, el hombre está donde
está para poder crecer y aprender; y a medida que aprende la lección espiritual
que en cualquier circunstancia se le ofrece, progresa y da lugar a que surjan
otras circunstancias.
El hombre es golpeado por las circunstancias en tanto se cree una
criatura de condiciones externas, pero cuando constata que es un poder
creador, y que puede controlar el suelo y las semillas de su ser en el que las
circunstancias crecen, entonces se convierte en el absoluto dueño de sí mismo.
Un hombre no va a la cárcel por la tiranía del sino o la circunstancia, sino
por el camino de los pensamientos rastreros y bajos deseos. Un hombre de
mente pura no cae repentinamente en el crimen a causa del stress o cualquier
simple fuerza externa; el pensamiento criminal ha sido en secreto largamente
fomentado en el corazón, y en el momento oportuno manifestado. La
circunstancia no hace al hombre; le revela a sí mismo. No pueden existir
condiciones capaces de hacer caer en el vicio y su consecuente sufrimiento
desligadas de viciosas inclinaciones, ni ascenso en la virtud y su pura felicidad
sin el continuo cultivo de aspiraciones virtuosas; y el hombre, en tanto señor y
maestro de su pensamiento, es el hacedor de si mismo, el formador y autor de
su entorno. Incluso en el nacimiento el alma camina hacia el descubrimiento de
sí misma, y a cada paso que da en su peregrinación terrestre, atrae aquellas
condiciones en las que se ve reflejada.
Los hombres no atraen lo que quieren, sino lo que son. Sus caprichos,
imaginaciones y ambiciones se frustran a cada paso pero sus más íntimos
pensamientos y deseos son alimentados con su propia sustancia, ya sea sucia
o limpia. La divinidad que construye nuestros límites está en nosotros; es
nuestro verdadero Yo. El hombre sólo es prisionero de sí mismo: pensamiento
y acción son los carceleros del Destino; ellos aprisionan, pero también son los
ángeles de la Libertad. Lo que un hombre desea y ruega por conseguir no es lo
que consigue, sino que consigue la justa recompensa. Sus deseos y ruegos
sólo se cumplen cuando armonizan con sus pensamientos y acciones.
A la luz de estas verdades, ¿Cuál es, pues, el significado de “luchar
contra las circunstancias?” Significa que un hombre puede estar continuamente
revelándose contra un efecto externo y al mismo tiempo continuamente
alimentando y manteniendo sus causas en el corazón. Esa causa puede tomar
la forma de un vicio consciente o de una inconsciente debilidad; pero sea lo
que sea, empecinadamente retrasa los esfuerzos de su poseedor, que
inútilmente clama a voz en grito para encontrar un remedio.
Este hecho ha sido reconocido y tratado a lo largo de la historia de la
humanidad y expresado en múltiples ocasiones en forma de mito. Uno de los
más famosos es el velo de Penélope, que ella tejía durante el día y lo destejía
por la noche. O Prometeo encadenado, donde un águila le comía el hígado
durante el día, que el regeneraba durante la noche.
Supongamos el caso de un hombre que es miserablemente pobre. Está
extremadamente ansioso porque considera que las comodidades de su entorno
y hogar deberían mejorar, así que constantemente descuida su trabajo, y
considera que está justificado el defraudar a su empleador en razón de la
insuficiencia de su salario. Un hombre así no entiende los simplísimos
rudimentos de esos principios que son la base de la verdadera prosperidad, y
no solamente está absolutamente alejado de salir de su pobreza, sino que está
realmente atrayéndose una completa miseria permaneciendo en esa idea y
manteniendo indolentes, engañosos, e incontrolados pensamientos.
Veamos ahora el caso de un hombre rico que es víctima de una dolorosa
y persistente enfermedad a causa de su gula. Está dispuesto a dar grandes
sumas de dinero para sanarse, pero no sacrificará su deseo. Quiere gratificar
su gusto con ricas y antinaturales viandas y también mantenerse sano. Un
hombre así es totalmente incapaz de tener salud, porque todavía no ha
aprendido los principios básicos de una vida sana.
En el caso de un empresario que adopta medidas rastreras para evitar
pagar el salario establecido, porque con la esperanza de obtener grandes
beneficios, reduce costes mediante el salario de sus trabajadores. Un hombre
así es absolutamente incapaz de conseguir la prosperidad, y cuando llega a la
bancarrota, tanto de su fortuna como de su reputación, se queja de las
circunstancias, ignorando que solamente él es el autor de su situación.
Las circunstancias, sin embargo, son tan complicadas, el pensamiento
está tan profundamente enraizado, y las condiciones de la infelicidad varían tan
enormemente entre los individuos, que la completa condición de un alma
(aunque puede ser conocida por si misma) no puede ser juzgada por otros
solamente a través del aspecto externo de su simple vida.
Un hombre puede ser honesto en cualquier situación, aún pasando
privaciones; un hombre puede ser deshonesto en cualquier situación, aún
adquiriendo riquezas; pero la usual idea formada de que un hombre fracasa a
causa de su honestidad y la de que un hombre prospera a causa de su
deshonestidad, es el resultado de un juicio superficial, que asume que el
hombre deshonesto es casi completamente corrupto, y el hombre honesto casi
completamente virtuoso. A la luz de un profundo conocimiento y amplia
experiencia, tal juicio es erróneo. El hombre deshonesto puede tener algunas
admirables virtudes que el otro no posee; y el hombre honesto, obvios vicios
ausentes en el otro. El hombre honesto cosecha los buenos resultados de sus
honestos actos y pensamientos; también atrae sobre si mismo los sufrimientos
que sus vicios producen. El hombre deshonesto igualmente cultiva su propio
sufrimiento y felicidad.
Las buenas acciones y pensamientos jamás pueden producir malos
resultados; las malas acciones y pensamientos no pueden nunca producir
buenos resultados. Esto es como decir que del maíz sólo se obtiene maíz y de
las ortigas, ortigas. Los hombres entienden esta ley en el mundo natural, y
trabajan con ella; pero pocos la entienden en el mundo mental y moral (aunque
su acción es simple y sin desviaciones), y por lo tanto, no cooperan con ella.
El sufrimiento es siempre el efecto de pensamientos incorrectos en
cualquier dirección. Es un indicador de que el individuo no está en armonía
consigo mismo, con la Ley de su ser. El único y supremo fin del sufrimiento es
purificar, quemar todo lo que es impuro e innecesario. El sufrimiento cesa
cuando se es puro. No tendría sentido quemar el oro después de que la ganga
ha sido eliminada, y un ser perfectamente puro e iluminado no puede sufrir.
En el libro “Fragmentos a una Enseñanza desconocida”, de P.D.
Ouspenki, leemos lo siguiente:
“La suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede hacer.
Toda la gente piensa que puede hacer, toda la gente quiere hacer, y su
primera pregunta se refiere siempre a qué es lo que tiene que hacer.
Pero a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo
primero que hay que comprender. Todo sucede. Todo lo que sobreviene
en la vida de un hombre, todo lo que se hace a través de él, todo lo que
viene de él –todo esto sucede. Y sucede exactamente como la lluvia cae
porque la temperatura se ha modificado en las regiones superiores de la
atmósfera, sucede como la nieve se derrite bajo los rayos del sol…
Decir la verdad es la cosa más difícil del mundo; el deseo por si solo no
basta. Para decir la verdad, hay que llegar a ser capaz de conocer lo que
es verdad y lo que es mentira, ante todo en si mismo. Pero esto es lo
que nadie quiere saber.”
En resumen, lo único que realmente ata al hombre son sus
pensamientos y deseos. Mediante la observación es posible descubrir el
funcionamiento de nuestra mente. Llegados a este punto, podemos descubrir
que la prisión en la que estamos se debe a la falsa identificación de nuestro
‘yo’ con las tendencias y hábitos inútiles que hay en nosotros mismos. Con
práctica y perseverancia, podemos llegar a sustituir lo inútil, por pensamientos
y deseos liberadores.
Recordando lo que se dice en el Isha Upanishad:
“Los sentidos han sido creados para observar hacia fuera,
pero de vez en cuando, un alma valiente, se atreve a volver los sentidos hacia dentro,
y se ha encontrado a sí mismo"
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