Por muy oscuro que esté, tengo la certeza de que volverá a brillar la luz.
Acepto lo que no puedo cambiar. Ya se trate de mí mismo, de otras personas o de las circunstancias, sé que necesito armarme de paciencia. La situación puede prolongarse.
La solución que yo adopte no tiene que ser la tuya. Elijo la que me libera de mis propias expectativas y de las expectativas de los demás, de todas las ideas preconcebidas acerca de cómo deberían ser idealmente las cosas.
Me permito sentir ira y tristeza o tener miedo. Pero no estoy a merced de mis sentimientos. Les doy espacio y decido cuándo es hora de pasar a otros pensamientos y cambiar el estado de ánimo.
Asumo la responsabilidad sobre mí mismo. Nadie más determina qué es lo que yo pienso, siento y hago. Soy yo quien configura mi propia vida.
No estoy solo. Si no me obstino en esperar o en estar dispuesto a recibir ayuda de ciertas personas, permanezco abierto a ofertas inapropiadas. Poder introducir una diferencia positiva en la vida de otras personas me fortalece a mí mismo.
Sea cual sea lo que deje a mis espaldas y con independencia de lo importante que pueda ser, tengo un futuro para el que pueda prepararme interiormente. Mis expectativas determinan de algún modo lo que esté por venir.
Todo lo que he vivido es mi capital, le pertenece a mi persona y a mi vida, No repetiría voluntariamente todas las experiencias, pero tampoco quisiera prescindir de ellas, porque sin ellas yo sería otra persona. Lo que soy y la manera en que puedo cambiar está íntimamente relacionado con lo que fui (y con lo que fue).
M. Gruhl, “El arte de rehacerse: la resiliencia“
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