Nada más abrirse las puertas de la iglesia, el cura vio que una mujer entraba, se sentaba en un banco de la primera fila, y ponía la cabeza entre las manos. Dos horas más tarde, al pasar de nuevo por allí, la encontró en la misma posición.
Preocupado, decidió acercarse a ella:
-¿Puedo hacer algo para ayudarla?- le preguntó.
-No, gracias- respondió ella -. Yo ya estaba recibiendo toda la ayuda que me hacía falta, hasta que usted me interrumpió.
El jesuita Anthony Mello comenta: “en cierto monasterio, en lugar de haber escrito Guarden silencio, había un cartel que decía: Hablen únicamente si lo que van a decir es mejor que el silencio”.
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