Un peregrino iba por el camino que lleva a Damasco, cuando un hombre a caballo pasó junto a él casi atropellándolo. Asustado, se dio cuenta de que el caballero tenía una expresión malvada, y las manos llenas de sangre.
-¿Ha visto a un caballero pasando por aquí? –preguntó Pablo de Tarso–. Es un malhechor. Tengo que alcanzarlo.
-¿Para qué? ¿Para entregarlo a la justicia?
-No. Para mostrarle el camino.
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