Cierto mensajero fue enviado en una misión urgente a una lejana ciudad. Ensilló su caballo, y partió a todo galope. Después de pasar sin parar frente a varias posadas, el caballo pensó:
-No hemos parado para comer en ningún establo, lo que significa que ya no me están tratando como a un caballo, sino como a un ser humano. Al igual que todos los hombres, creo que comeré en la próxima gran ciudad.
Pero las grandes ciudades se sucedían una tras otra, y su jinete proseguía el viaje. Entonces el caballo comenzó a pensar:
-Tal vez no me haya transformado en un ser humano, sino en un ángel, pues los ángeles nunca necesitan comer.
Finalmente, alcanzaron el destino, y al animal lo condujeron hasta el establo, donde devoró el heno que allí se encontraba con un apetito voraz.
-¿Por qué pensar que las cosas cambian apenas porque no siguen el ritmo de siempre?- se decía a sí mismo –No soy ni un hombre ni un ángel: tan solo soy un caballo hambriento.
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