“Los hombres se casan porque están cansados de buscar. Las mujeres se casan porque tienen miedo de continuar buscando. Como resultado, ambos terminan tristes”.
En alguna ocasión hemos dedicado esta columna a mirar el mundo desde una perspectiva diferente, aunque incorrecta. Hoy el tema central es el matrimonio a través de la siguiente historia: Caminaba Adán por los jardines del Paraíso con una expresión bastante deprimida. En ese momento, oyó la voz de Dios, que le preguntaba:
-¿Qué es lo que no va bien en tu vida? Adán respondió que no tenía con quién hablar.
Dios, que quería verlo contento, decidió crearle una compañera, a la que llamaría “mujer”.
–Lo haré lo mejor que pueda –continuó Dios–. Esta nueva criatura cocinará, lavará, y siempre estará de acuerdo con cualquier cosa que decidas. Te dará herederos, pero jamás te despertará en mitad de la noche para que cuides de ellos. No será celosa, admitirá sin chistar que está equivocada (aunque no lo esté) y llenará tus horas de cariño, amor y ternura.
– ¿Y cuánto me va a costar? –preguntó Adán.
–Una pierna y un brazo.
–Muy caro. ¿Qué me das a cambio de una costilla?
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