por Sergio Sinay
Cada vez hay más basura en la comida y más comida en la basura. Un genial artista español, El Roto (así firma sus trabajos Andrés Rábago García, búsquenlo en Internet, es un grande) dice esto, acompañado de un dibujo, en la edición del sábado 28 de enero de El País, de Madrid. Un día después leo en La Nación una nota de la corresponsal Laura Lucchini. Habla de Raphael Felmer (28 años), su mujer, Nieves Palmer (26) y su beba de 5 meses, Alma Lucía. Decidieron vivir sin dinero. Para comer, buscan en los contenedores donde los supermercados tiran comida todavía en buen estado. Podrían buscar en los desechos de restaurantes y casas de familia. Así viven los Felmer desde hace dos años, sin enfermedades, bien alimentados (son vegetarianos) e incluso trayendo comida para sus vecinos. No son indigentes, tienen carreras universitarias, las ejercen. Simplemente, decidieron no sumarse a la carrera del consumo obsceno, del derroche egoísta. Cambian servicios por servicios u objetos, y les va bien. Es una elección, no un descarte. Sólo tienen un problema. En Alemania tomar comida desechada se considera delito contra la propiedad privada. “No está prohibido tirar comida útil, pero sí rescatarla”, dice Raphael.
Una postal del mundo. Mientras algunos engordan grotescamente empachados en el festival del consumo depredador, hay 850 millones de hambrientos en el planeta. De ellos, 19 millones de niños están en etapa terminal. Según organismos especializados, con 3300 millones de dólares esto se soluciona. Para los Obama, los Sarkozy, los Merkel, los Monti y otros canallas (¿cómo llamarlos si no?) no es posible conseguir este dinero. Se puede salvar bancos, no seres humanos. Para salvar bancos en Estados Unidos y en la Unión Europea se ha derrochado de manera perversa 23 veces aquella cifra. Sí: 23 veces. Es decir, 75.900 millones de dólares, hasta hoy. Y esas sanguijuelas que son los bancos y los banqueros (en todo el mundo) vendrán por más. Y dictarán políticas a los Estados. Y decretarán hambrunas mientras se masturban con bonos y aguinaldos suculentos.
Escribo esto en estado de ira. Estos miserables no tienen perdón (ni los miserables gobernantes ni los miserables financistas, ni los miserables banqueros ni los miserables mercados). Para no escribir solo con ira sino también con información, me tomé algunas horas investigando y cotejando cifras. Los Felmer no salvarán al mundo. Tampoco la cosa va por ahí, pero es un testimonio implacable y claro, una denuncia vivencial de gran valor. Ojalá nunca encuentren un banquero, un estadista, un financista o un mercadista entre los restos que comen. Entonces sí se enfermarían, se intoxicarían gravemente. Porque esos, sí, son basura. Y de la mala.
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