El verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece. Jacinto Benavente.
Por aquel tiempo fueron a ver al rey dos mujeres. Cuando estuvieron en su presencia, una de ellas dijo:
- ¡Ay, Majestad! Esta mujer y yo vivimos en la misma casa, y yo di a luz estando ella conmigo en casa. A los tres días de que yo di a luz, también dio a luz esta mujer. Estábamos las dos solas. No había ninguna persona extraña en casa con nosotras; sólo estábamos nosotras dos. Pero una noche murió el hijo de esta mujer, porque ella se acostó encima de él. Entonces se levantó a medianoche, mientras yo estaba dormida, y quitó de mi lado a mi hijo y lo acostó con ella, poniendo junto a mí a su hijo muerto. Por la mañana, cuando me levanté para dar el pecho a mi hijo, vi que estaba muerto. Pero a la luz del día lo miré, y me di cuenta de que aquél no era el hijo que yo había dado a luz.
La otra mujer dijo:
- No, mi hijo es el que está vivo, y el tuyo es el muerto.
Pero la primera respondió:
- No, tu hijo es el muerto, y mi hijo el que está vivo.
Así estuvieron discutiendo delante del rey. Entonces el rey se puso a pensar: “Esta dice que su hijo es el que está vivo, y que el muerto es el de la otra; ¡pero la otra dice exactamente lo contrario!”
Luego ordenó:
- ¡Tráiganme una espada!
Cuando le llevaron la espada al rey, ordenó:
- Corten en dos al niño vivo, y denle una mitad a cada una.
Pero la madre del niño vivo se angustió profundamente por su niño, y suplicó al rey:
- ¡Por favor! ¡No mate Su Majestad al niño vivo! ¡Mejor déselo a esta mujer!
Pero la otra dijo:
- Ni para mí ni para ti. ¡Que lo partan!
Entonces intervino el rey y ordenó:
- Entreguen a aquella mujer el niño vivo. No lo maten, porque ella es su verdadera madre.
1 Reyes 3. 16-27
- El verdadero amor procura el bien total del prójimo; el falso amor busca su propia conveniencia y satisfacción personal; esto último es una modalidad muy sutil de injusticia.
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