A menudo se juzga a los hombres por el crédito de que gozan o por las riquezas que poseen. François de la Rochefoucauld.
Una mujer en un vestido de algodón barato y desteñido, y su esposo, vestido con un raído traje, se bajaron del tren en Boston, y caminaron tímidamente sin tener una cita a la oficina de la Secretaria del Presidente de la Universidad de Harvard.
La secretaria adivinó en un momento que los llegados de los campos, campesinos, no tenían nada que hacer en Harvard y probablemente no merecían estar en Cambridge.
- Desearíamos ver al presidente de la Universidad – dijo suavemente el hombre.
- El estará ocupado todo el día – dijo la secretaria.
- Esperaremos – replicó la mujer.
Por horas la secretaria los ignoró, esperando que la pareja finalmente se desanimara y se fuera. Ellos no lo hicieron, y la secretaria vio aumentar su frustración y finalmente decidió interrumpir al presidente, aunque era una tarea que ella siempre esquivaba.
- Tal vez si usted conversa con ellos por unos minutos, se irán – le dijo la secretaria al Sr. Presidente.
El hizo una mueca de desagrado y asintió. Alguien de su importancia obviamente no tenía el tiempo para ocuparse de ellos, y el detestaba los vestidos de algodón barato y los raídos trajes en la oficina de su Secretaría.
El presidente, con el ceño adusto y con dignidad, se dirigió con paso arrogante hacia la pareja. La mujer le dijo:
- Tuvimos un hijo que asistió a Harvard por solo un año. El amaba a Harvard. Era feliz aquí. Pero hará un año, murió. Mi esposo y yo deseamos levantar un memorial para él, en alguna parte del campus.
El presidente no se interesó ni se inmuto, ni un cabello se le movió del rostro.
- Señora, dijo ásperamente, no podemos poner una estatua para cada persona que asista a Harvard y fallezca. Si lo hiciéramos, este lugar parecería un cementerio.
- ¡¡Oh no!! - explicó la mujer rápidamente. No deseamos erigir una estatua. Pensamos que nos gustaría donar un edificio a Harvard.
El presidente entornó sus ojos. Echó una mirada al vestido de algodón barato y al traje raído, y entonces exclamó:
- ¡Un edificio! ¿Tienen alguna remota idea de cuánto cuesta un edificio? ¡Hemos gastado más de siete millones y medio de dólares en los edificios aquí en Harvard!
Por un momento la mujer quedó en silencio. El presidente estaba feliz. Tal vez se podría deshacer de ellos ahora. La mujer se volvió a su esposo y dijo suavemente:
- ¿Eso es todo lo que cuesta iniciar una universidad? ¿Por qué no iniciamos la nuestra?
Su esposo asintió. El rostro del presidente se oscureció en confusión y desconcierto.
El Sr. Leland Stanford y su esposa se levantaron de sus asientos y se fueron, viajando a Palo Alto, California donde establecieron la universidad que lleva su nombre, la Universidad Stanford, en memoria de un hijo del que Harvard no se interesó.
Historia verdadera sobre la fundación de la Universidad de Stanford original de Malcolm Forbes…
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