Dos médicos jóvenes estaban atendiendo a una señora, haciéndola una revisión: «Ahora, Teresa, acuéstese para que podamos examinarla». Los médicos conversaban mientras trabajaban, llamándose uno al otro por sus nombres de pila, Eduardo y Roberto. Cuando la señora respondía a sus preguntas, también les llamaba por sus nombres.
En el momento de retirarse, uno de ellos se dirigió a la mujer y le dijo en voz baja y condescendiente:
—¿Sabe, Teresa? Los médicos estudiamos y trabajamos mucho durante años para aprender nuestra profesión. Nos gustaría, pues, que se dirigiera a nosotros llamándonos «doctor».
La señora puso su mano en el brazo del facultativo y le dijo:
—Estuve casada durante 32 años con un hombre maravilloso. Educamos a una hija maravillosa y, créame, también yo estudié y trabajé denodadamente para llegar a ser una buena esposa y madre. Por tanto, le propongo que hagamos un trato: llámeme «señora de Ibáñez», y le prometo llamarle «doctor».
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