La mujer es, en esencia, un ser creativo, capaz de generar vida en su interior. Puede, con la ayuda de la energía masculina, concebir, gestar y dar a luz nuevos seres; y también, crear un sinfín de cosas más, desde inspiradoras obras de arte, hasta empresas audaces e innovadoras…
Es natural que la mujer haga todas estas cosas y también sucede que si nos hallamos condicionadas por un entorno no propicio, nos bloqueemos y entremos en espirales autodestructivas de las que difícilmente podemos salir. Sólo si la mujer encuentra su armonía interna a través de una polaridad masculino-femenino, podrá seguir laborando, creando y nutriendo a las criaturas con infinita energía.
Por eso, es fundamental que ella reciba, a su vez, nutrición del hombre. Hemos de sentirnos miradas, reconocidas y amadas para que todo nuestro potencial diamante interno pueda florecer. Y, además, una vez que encontramos ese yang que completa nuestro yin, ya sabemos que ese es nuestro polo complementario y así, en la danza interna que se produce entre ambos, la mujer danza eternamente en un sentimiento de amor incondicional.
Cuando sentimos que lo hemos recibido todo, que todos nuestros anhelos han sido colmados, entonces se produce el milagro de la devoción, del agradecimiento y la entrega desinteresada. Esta mágica alquimia sucede cuando la mujer está abierta a recibir, pero sabe elegir qué energía va a dejar entrar en ella. Si sabe ser selectiva y amar desde la aceptación y el respeto, entonces el Paraíso está asegurado.
Y cuando se ha dado este sublime éxtasis en nuestro interior, la más reconfortante práctica es la de conectar con el significado profundo de todo ello, con nuestro cuerpo florecido, con el latido interno que lo celebra, y compartirlo, aunando sinérgicamente nuestras experiencias para que nuestra vibración conjunta haga emerger a la nueva Gaia.
MARTA SARASUATI
VÍA EL BLOG ALTERNATIVO
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