Un día yo navegaba bajo un puente, el mástil de mi embarcación tropezó con uno de los arcos. Mejor hubiera sido para mi que el mástil se hubiera inclinado unos cuantos centímetros o que el puente hubiera enarcado su lomo como un gato, o que el caudal del río hubiera decrecido un poco. Pero ni uno no otro hicieron nada para evitar el encontronazo. Y es precisamente por ello, por la firmeza que cada cosa mantenía por lo que yo podía servirme del rìo y navegar sobre èl con ayuda del palo de mi barco, y por lo que podía contar con el puente cuando la corriente no era favorable.
¨ Ese rigor inquebrantable de la realidad suele obstaculizar nuestros deseos y conducirnos al desastre, lo mismo que la dureza del suelo resulta inevitablemente dolorosa para el niño que se cae cuando està aprendiendo a caminar. Y, sin embargo, esa misma dureza que le lastima es lo que hace que el niño pueda caminar sobre el suelo.¨
R. Tagore.
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