sábado, 1 de diciembre de 2012

¿VIVIR O MALVIVIR...?



Vivir –en realidad, “malvivir”- dando vueltas y vueltas a las cosas no sólo puede llegar a ser una pérdida de tiempo, y un ejercicio que se vuelve en contra de uno mismo, sino que puede llevar, de la mano y directamente, a trastornos realmente graves como depresiones, obsesiones, ansiedad, hipocondría, etc.

Los problemas se ven mejor cuando se despojan del peso que conlleva denominarlos así –en realidad, son simplemente situaciones a resolver-, y cuando se ven como si fueran ajenos.

Es mejor desidentificarse de ellos, alejarlos un poco, sin implicación personal, ya que es el hecho de intentar resolverlos mientras se está aplastado por ellos lo que impide pensar y verlos con ecuanimidad.

Todos tenemos una habilidad especial para descubrir los errores de los otros, para advertir sus contrariedades, para resolver sus problemas… y es porque no estamos metidos en la piel de los otros.

Lo óptimo es coger con guantes de cirujano el asunto que queremos resolver, extenderlo sobre la mesa de operaciones simbólica, desmenuzar el asunto en sus partes, observar desapasionadamente los inconvenientes, y valorar cuánto de bueno o a favor aparece.

Sí, ya lo sé: no es fácil.

Y quien esté acostumbrado a dar vueltas y más vueltas, dirá que no le es posible hacerlo de otro modo, que es su mente y no él quien piensa, quien abandona cualquier otra ocupación para volver a la noria infinita que gira una y otra vez, y es él quien no puede desembarazarse de la obsesión.

Y ese tipo de mente no conoce la libertad, no sabe de analizar las situaciones con ecuanimidad y equilibrio, con imparcialidad, objetivamente, tranquilamente.

Si el cirujano del ejemplo anterior se pusiera a temblar ante el paciente en el quirófano –nervioso y preocupado-, haría una escabechina en vez de una operación brillante.

Cuando uno está atrapado en la espiral del pensamiento incontrolado –que siempre es fúnebre, pesimista, deprimido…-, no tiene la libertad de ver nuevas soluciones al asunto, sino que se empeña en buscar argumentos que le confirmen en su obsesión más que en ver otras opciones distintas.

Vueltas y vueltas…

Todos conocemos la experiencia. Todos hemos pasado por ahí… y todos hemos querido salir huyendo, cortar el pensamiento como se corta el aire. Todos hemos querido aparcar el pensamiento redundante y obsesivo en algún sitio donde no nos embarullase la cabeza.

Lo bueno es que se puede hacer.

Para ello sólo se requiere retomar el mando de la mente, que no es más que un instrumento a nuestro servicio, e impedir que divague a su antojo.

Se trata de ponerse uno, muy conscientemente, a recapacitar, a valorar posibilidades, y a comparar soluciones. Pero de un modo consciente. Controlando todo el proceso.

Se trata de desapegarse del asunto, de no darle una excesiva importancia a la resolución –aunque la tenga-, y de actuar con la tranquilidad que da la comprensión de que uno no nació preparado, de que uno hace las cosas del modo que considera adecuado, y uno tiene permiso propio para no acertar siempre.

A la larga, muchos de esos asuntos que nos han parecido tan graves, a los que les hemos dado tantas y tantas vueltas, han demostrado no ser tan importantes como aparentaban, y al final nos han convencido de que no valían el esfuerzo, la dedicación, las inquietudes, o el miedo que nos causaron.

Demasiadas veces hacemos de la vida un drama, de las decisiones un asunto de vida o muerte, y de los “errores” un motivo de condena.

Uno de los mejores y mayores actos de amor propio es el de aceptar que nos podemos equivocar, y permitírnoslo; que tenemos derecho a equivocarnos, y que nada ha de cambiar en la buena relación con nosotros mismos por no tomar siempre todas las decisiones de un modo acertado.

Recuerda que una vida humana y caritativa se basa en la defensa de la dignidad, el respeto a Uno Mismo, y el Amor Propio.

(Y no lo olvides: está demostrado que el hecho de darle vueltas insistentemente a las cosas, en el caso de que no se resuelva pronto el motivo de preocupación, conduce con toda probabilidad hacia la depresión)

\Francisco de Sales

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