Dice Alejandro Jodorowsky que cada enfermedad nace de una prohibición.
Un ejemplo: conocí el caso de una señora a la que allá en los años cuarenta, cuando contaba con tan sólo diecisiete años, su familia la obligó a casarse por conveniencia con un militar quince años mayor que ella. Dio su “sí, quiero” ante el altar como un acto más del rosario de comportamientos propios del nudo sadomasoquista al que estaba atada. Tras parir a su único hijo, al que dió el nombre de su padre, empezó a padecer de un tic nervioso que la acompañó hasta su muerte. El movimiento compulsivo incontrolable consistía en agitar la cabeza repetitivamente en horizontal, como si estuviera viendo un veloz partido de tenis eterno. Es decir, durante toda la vida se sintió “esposada” y su cuello entró en un bucle nervioso que consistía en expresar el “no, quiero” que calló el día de su boda.
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