Nuestra alimentación no está condicionada únicamente por factores biológicos como el hambre y la saciedad, Existen también otros factores (culturales, geográficos, religiosos, económicos…entre los cuales se destacan los psicológicos y emocionales) que influyen mucho en nuestra alimentación.
Por Claudia Durán*
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, ante una situación desagradable como es el hambre, la ingesta de comida; al eliminar dicha sensación desagradable, desata en nosotros sensaciones afectivas positivas (en especial, de ciertas comidas saciantes y apetitosas). De esta manera, se va desarrollando una relación comida – sensación positiva, que puede funcionar, incluso, cuando no se tiene hambre: el apetito emocional.
Así, cuando nos encontramos mal por una causa ajena a la alimentación (por ejemplo, por un problema afectivo o laboral), tenemos tendencia a compensar esta sensación negativa con comida, que sabemos desatará en nuestra mente emociones positivas.
En caso de problemas psicológicos prolongados, esta indeseable asociación emocional entre ciertos alimentos y sensación de bienestar puede ocasionar problemas graves de alimentación, que no harán más que retroalimentar el malestar psicológico, debido al sobrepeso, obesidad y todas las enfermedades relacionadas
Efecto Estrés…
Otro aspecto muy importante es el efecto del estrés en la alimentación. Cuando dicho estrés es ocasional, se producen respuestas psíquicas y fisiológicas que llevan a reducir la ingesta de alimentos. Sin embargo, cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, la tendencia es la contraria y pueden darse casos de sobrealimentación.
La razón podría estar en que ciertos alimentos dulces y cremosos aumentarían la producción interna de endorfinas y otras sustancias opiáceas similares, con las que el organismo intentaría combatir el estrés que le acosa.
Es de destacar una asociación particularmente grave entre estrés y conducta alimentaria en el caso de los adolescentes.
La tensión prolongada conduciría a estos, según ciertos estudios, a reducir la ingesta de alimentos sanos, como las frutas y las verduras, en favor de otros más calóricos y menos recomendables, como golosinas y comida chatarra o basura. Incluso, aumentaría la tendencia a no desayunar, cosa comprobada por diversos estudios que favorece el sobrepeso a largo plazo.
Otro efecto negativo del estrés puede darse en personas que siguen una dieta demasiado estricta. Dicho seguimiento comporta un determinado nivel de tensión, por el esfuerzo que supone imponerse ciertas restricciones.
Si en esa situación, surge un estrés adicional, proveniente de otro campo diferente (laboral, emocional,…), el nivel global de estrés se puede hacer excesivo y, para reducirlo, uno tiende inmediatamente a abandonar la dieta, o al menos relajarse y volver a los hábitos alimentarios pocos saludables.
¿Como resolverlo?
Si tenemos un problema de obesidad o sobrepeso y percibimos que en ocasiones comemos de más en situaciones de estrés, sería conveniente que intentáramos evitar dichas situaciones en la medida de lo posible: cambio de trabajo o de actitud frente a determinados problemas, técnicas de relajación, psicoterapia, monoterapia, risoterapia, etc.
VÍA SOY ESPIRITUAL
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