Hubo un momento en que el hombre no esperaba nada, pues vivía en otro estado de conciencia, vivía en comunión con todo. El otro y él eran uno; él y la naturaleza eran uno. Él y la divinidad eran uno. El hombre vivía sus días en comunión, sin polaridad. Él actuaba guiado por una Voz que lo penetraba. No pensaba en lo que tenía que hacer, sabía lo que tenía que hacer. No había lugar a confrontación alguna entre ellos ni a abusos sobre la naturaleza; todo se respetaba, todo era un mismo cuerpo.
Como el hornero que lleva en si el conocimiento de cómo hacer su casita de barro sin que nadie se lo explique, sólo construye cuando es el momento exacto, sin ningún beneficio mayor que sencillamente existir, el Hombre existía también así.
Él y Dios eran uno. No había Dios, era el Hombre, no había Hombre, era Dios. Este periodo de elevada conciencia colectiva muchos lo han llamado la época de Atlántida y Lemuria. Igualmente el nombre no es lo importante, sino lo que sucedió y lo que marcó en el hombre.
Se vivía en una perfecta unidad que permitía al hombre existir sin error, sin polaridad, pero había algo que no resplandecía; algo que hoy nos hace individuos y responsables de nosotros mismos: No existía la conciencia de un Yo único, de un Espíritu único. Conciencia que nos hace únicos y responsables de nuestro camino.
Entonces, empujado por la búsqueda de sí mismo, por la ambición innata de reconocerse como un ser separado, el hombre se preguntó “¿Quién soy yo separado de todo esto?”, “¿qué quiero Yo separado de todo esto?”, “¿Cuál es mi vida, dónde empieza y dónde termina?”.
Y como la luz nunca impone su voluntad, aceptó este proceso como una necesidad evolutiva, y la raza humana se separó del Todo…
Este proceso de separación y maduración se dio como parte de una evolución necesaria, similar a cuando un niño o adolescente deja de sentirse niño y pequeño, necesita separarse, diferenciarse de su familia, necesita negar su origen e incluso rechazarlo. Necesita encontrar sus propias respuestas y no escucha consejos ni permite que hagan las cosas por él. Este ser toma su adultez y emprende la vida como un ser responsable de sus aciertos y errores. Luego es seguro que volverá a su hogar, reconocerá a la familia, valorará lo que se le dio, pero para verlo necesitó alejarse.
El hombre se separó buscando lo mismo: su propio camino. Decide separarse, no para olvidarse de su origen, sino para luego volver por propia decisión.
El tiempo transcurrió, y el recuerdo de aquella unidad fue disipándose. El hombre cree que siempre estuvo así, separado, solo en un mundo de multitudes. Pero a la vez, una chispa divina, herencia de su primer hogar, continúa hablándole como siempre y le dice: “Regresa. Busca el camino de regreso”.
Pero sumergido en el olvido de su origen, ¿cuál es el camino de regreso?, ¿será progresar económicamente…? No, debe tratarse de estar cerca de los seres más amados y ser feliz junto a ellos…. No, tanto materia como cuerpo, son pasajeros. Debe haber algo que esté más allá de mi mismo, de mis comodidades físicas y emocionales. Debe haber algo que me haga estar en paz más allá de lo que tenga o no… pero ¿cómo lo conquisto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario