Cada vez que damos poder a otras personas, estamos perdiendo algo de nosotros mismos.
Sería bueno empezar por darnos cuenta que ese poder sólo debería estar dentro de nosotros para hacernos sentir bien, nunca para hacer daño a los demás, porque todos poseemos esa fuerza, sin duda.
Esta mañana hablaba con mi madre y me contaba una discusión, una de tantas, que tuvo a primera hora con mi padre. No era una discusión normal de pareja. Él cuando se enfada siempre le carga a ella con la culpa de todo (Como dicen por ahí… Siempre es bueno que haya niños en casa para hacer recaer en ellos la culpa de todos los problemas), le pierde el respeto constantemente, la insulta y pierde los papeles completamente. Ella nunca actúa como realmente quisiera, porque antes de actuar siempre piensa… “Qué dirá tu padre” o “que no se entere de que he hecho o dicho tal cosa porque si no…”
Con mucho cariño le dije a mi madre que para ese comportamiento, con el que hemos crecido sus hijos desde pequeñitos, no hay disculpa posible. Que ella no es culpable de nada, que no es menos que nadie como él siempre le ha querido hacer creer (y lo peor, ella así lo cree), pero que desde un principio consintió esa situación y le concedió a mi padre un poder sobre ella, poder al que no tiene ni tuvo nunca ningún derecho. Ella dice que ya es tarde para cambiar las cosas… Es triste. ¿Verdad?
Yo pienso que nunca es tarde, pero me resulta muy difícil convencerla de lo contrario.
Y ciertamente, imposible no es, pero es difícil. Todos alguna vez nos hemos visto envueltos en situaciones similares. ¿Quién no cedió todo su poder a otro en algún momento de sus vidas, sin pensar que lo estaba haciendo? Todos en algún momento lo hicimos… A nuestros padres, que a veces nos castigaban sin motivo y obedecíamos sin chistar aun sabiendo que estaban equivocados; a nuestros amigos, todos hemos tenido algún amigo especial al que admirábamos y seguíamos hasta el fin del mundo, sin pensar que no siempre es bueno dejarse llevar por los demás, sino que hemos de saber lo que queremos en cada momento y cambiar el rumbo si es necesario, y no hablemos ya de cuando nos enamoramos, sobre todo cuando nos enamoramos mal, aunque ese es otro tema del que habría mucho que hablar… Pero por la persona a quien amamos somos capaces de todo, nos arreglamos para gustar a esa persona, y está bien, pero debemos ser conscientes de que hemos de arreglarnos para gustarnos sobre todo a nosotros mismos… Porque nos deben querer por lo que somos. ¿Cuántas veces hemos aguantado por amor que nos dijeran cosas que son de todo punto inadmisibles, sólo por miedo a que esa persona deje de querernos? Y para nada, porque al final, si no nos quieren, el resultado va a ser el mismo, aguantemos o no, a esa persona a quien le damos todo el poder sobre nosotros y precisamente por esa actuación sumisa y tolerante en exceso, acabará tratándonos de una forma inadecuada y sobre esas bases nunca, jamás, puede sostenerse el amor.
Me hace gracia, porque en muchas ocasiones he tenido que oír de otras personas frases como… “esa relación se convirtió en una lucha de poderes” o “perdí todo el poder en la relación”… ¡Madre mía! Si es que el amor no conoce esas luchas de poderes ni tiene que dar ni quitar el poder a nadie… Definitivamente, eso no es amor, o al menos no el amor en el que siempre he creído y sigo creyendo a pesar de todo.
No debemos luchar por perder el poder sobre los demás. Es que no debemos tener poder sobre nadie ni dejar que nadie nos imponga su poder sobre nosotros. No tenemos que perder ningún poder en ningún tipo de relación, sea cual sea, porque sólo se trata de comprender, tolerar, respetar, compartir y sobre todo AMAR.
Todos hemos actuado mal en alguna ocasión porque pensamos que el poder sobre los otros nos da seguridad. Y No es cierto. El respeto hacia los demás es lo que mantiene y hace crecer las buenas relaciones. El querer tener siempre el poder no es más que otra consecuencia más de nuestros miedos. Tan sólo eso.
No queramos ser más poderosos que los demás ni nos dejemos vapulear por los otros, porque al final, más tarde o más temprano, este comportamiento sólo nos llevará al sufrimiento.
Hoy pido perdón si alguna vez quise ser más poderosa que otros. También he aprendido que nadie, absolutamente nadie, tiene que imponer su poder sobre mi persona. Y ni mucho menos nadie tiene derecho a herir mis sentimientos.
Carmen Vélix
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