Hemos aprendido que el amor incondicional es un sentimiento excepcional, pues reducimos el amor al enamoramiento, al apasionamiento, al apego y la costumbre. Hasta la dependencia, el paternalismo, el narcisismo y la autocompasión han sido confundidas con el amor, pues implícitamente asumimos que éste no puede existir en el desapego.
El amor verdadero es una fuerza renovadora, que sólo puede existir cuando no hay ningún tipo de apego. Todo amor es en esencia incondicional, pero esta condición no lo hace de una excepcional rareza y dificultad como podríamos pensar.
Podemos encontrar el amor incondicional, no sólo en lo más profundo de la naturaleza humana, sino en toda la naturaleza. La flor no tiene condiciones para aromar, ni la abeja para elaborar su miel; el sol alumbra sin condición. Todas las cosas bellas tienen la armonía de un orden interior que las hace ser sin ninguna condición aquello que ya son. Así es el amor.
No se pretende dulce la dulzura, ni tierna la ternura, ellas son como aromas de un amor que no tiene tampoco condición. Una auténtica sonrisa es incondicional; de un sentimiento profundo de entrega deriva la caricia su capacidad para mover torrentes de energía; los instantes cumbres del placer se dan cuando uno ha renunciado a la antigua identidad y ha alcanzado la expansión a un nuevo territorio, siempre menos personal. El éxtasis se alcanza con la unión y es producto siempre de una expansión a un nivel de consciencia que ya no es sólo personal: en el éxtasis hay amor incondicional, una condición que conecta la persona al alma impersonal.
La búsqueda del éxtasis, es el camino de la felicidad, pero hemos confundido este sendero de auténtica unidad con el placer. No todo placer conduce a la felicidad, pero toda felicidad no sólo es placentera sino que revela un estado de unidad o integridad, manifestación de la salud del alma. En cada persona, el alma impersonal es agente de la unión, y canal de un amor sin condiciones.
Cuando buscamos la felicidad en el tener todo lo que queremos y no en querer todo lo que ya tenemos, terminamos consagrando la vida, lo sagrado en nosotros, al placer. Cuando el yo inferior se une al alma, surge el amor impersonal y se invierte el orden de prioridades en la vida: no ya un vivir para el placer o para el tener sino un consagrar toda conquista y toda posesión al Ser. Para ser felices, más que vivir para el placer -expresión del amor de la personalidad-, empleamos el placer para vivir -expresión del amor del alma-.
Cuando el artista se abandona, fluye el alma en los colores y la música. El amor incondicional se puede reconocer en un sentimiento profundo de unidad, que hace de los tiempos y espacios más profanos, territorios sagrados. No hay un porqué, no tiene justificación, simplemente corre como el agua, llena los vacíos como la energía, fluye irrigando con su vida, nutriendo con su savia, perfumando con su aroma. El amor es el perfume invisible que nos hace agradables, es el campo magnético que nos hace atractivos, es la fuerza sutil que puede mover nuestros más nobles motivos.
Cuando el amor tiene condiciones se convierte en mercenario, se hace esclavo de las recompensas, y ya no impulsa la libertad sino la dependencia. Cuando el amor es incondicional ya nunca más puede atar. Su resultado es siempre una mayor libertad.
¿Amas para liberar? ¿Te ha hecho más libre eso que llamas el amor? ¿De tu unión han surgido nuevos niveles de consciencia? ¿Es más humana y más digna de ser vivida la vida de aquellos a los que dices amar? ¿Cómo los haces sentir? Las respuestas te dicen cuánto del genuino amor incondicional has conquistado, cuánta energía del alma fluye por tu vida.
Darse entero en cada dar, hacer del servir el sentido de vivir es la clave del amor impersonal. Tal vez nada produzca un mayor sentimiento de unidad que la práctica humilde y sencilla de darse la mano, acogerse en la mirada, contar con el otro, sentir la reciprocidad implícita del amor en el recibir multiplicado de aquello que se da. Hacer de la vida un precioso presente, florecer y perfumar, madurar y liberar las semillas, sembrarse en el surco de la vida para multiplicar la corriente del amor, son los caminos del servidor, aquel que dirige la corriente de su vida por un cauce de amor impersonal. Que tu mano izquierda no pretenda apegarse a lo que tu mano derecha da. Que tu presente no se convierta en pasado. Que el río de tu amor no se represe. Que el genuino amor, siempre en ti, libere.
Vivir en el amor impersonal es un darse en todo dar. Cuando vivimos impersonalmente tejemos la vida con los mismos hilos que han formado el tejido de la Creación; y entretejidos en la trama de la vida encontramos un nuevo sentido de vivir
El amor verdadero es una fuerza renovadora, que sólo puede existir cuando no hay ningún tipo de apego. Todo amor es en esencia incondicional, pero esta condición no lo hace de una excepcional rareza y dificultad como podríamos pensar.
Podemos encontrar el amor incondicional, no sólo en lo más profundo de la naturaleza humana, sino en toda la naturaleza. La flor no tiene condiciones para aromar, ni la abeja para elaborar su miel; el sol alumbra sin condición. Todas las cosas bellas tienen la armonía de un orden interior que las hace ser sin ninguna condición aquello que ya son. Así es el amor.
No se pretende dulce la dulzura, ni tierna la ternura, ellas son como aromas de un amor que no tiene tampoco condición. Una auténtica sonrisa es incondicional; de un sentimiento profundo de entrega deriva la caricia su capacidad para mover torrentes de energía; los instantes cumbres del placer se dan cuando uno ha renunciado a la antigua identidad y ha alcanzado la expansión a un nuevo territorio, siempre menos personal. El éxtasis se alcanza con la unión y es producto siempre de una expansión a un nivel de consciencia que ya no es sólo personal: en el éxtasis hay amor incondicional, una condición que conecta la persona al alma impersonal.
La búsqueda del éxtasis, es el camino de la felicidad, pero hemos confundido este sendero de auténtica unidad con el placer. No todo placer conduce a la felicidad, pero toda felicidad no sólo es placentera sino que revela un estado de unidad o integridad, manifestación de la salud del alma. En cada persona, el alma impersonal es agente de la unión, y canal de un amor sin condiciones.
Cuando buscamos la felicidad en el tener todo lo que queremos y no en querer todo lo que ya tenemos, terminamos consagrando la vida, lo sagrado en nosotros, al placer. Cuando el yo inferior se une al alma, surge el amor impersonal y se invierte el orden de prioridades en la vida: no ya un vivir para el placer o para el tener sino un consagrar toda conquista y toda posesión al Ser. Para ser felices, más que vivir para el placer -expresión del amor de la personalidad-, empleamos el placer para vivir -expresión del amor del alma-.
Cuando el artista se abandona, fluye el alma en los colores y la música. El amor incondicional se puede reconocer en un sentimiento profundo de unidad, que hace de los tiempos y espacios más profanos, territorios sagrados. No hay un porqué, no tiene justificación, simplemente corre como el agua, llena los vacíos como la energía, fluye irrigando con su vida, nutriendo con su savia, perfumando con su aroma. El amor es el perfume invisible que nos hace agradables, es el campo magnético que nos hace atractivos, es la fuerza sutil que puede mover nuestros más nobles motivos.
Cuando el amor tiene condiciones se convierte en mercenario, se hace esclavo de las recompensas, y ya no impulsa la libertad sino la dependencia. Cuando el amor es incondicional ya nunca más puede atar. Su resultado es siempre una mayor libertad.
¿Amas para liberar? ¿Te ha hecho más libre eso que llamas el amor? ¿De tu unión han surgido nuevos niveles de consciencia? ¿Es más humana y más digna de ser vivida la vida de aquellos a los que dices amar? ¿Cómo los haces sentir? Las respuestas te dicen cuánto del genuino amor incondicional has conquistado, cuánta energía del alma fluye por tu vida.
Darse entero en cada dar, hacer del servir el sentido de vivir es la clave del amor impersonal. Tal vez nada produzca un mayor sentimiento de unidad que la práctica humilde y sencilla de darse la mano, acogerse en la mirada, contar con el otro, sentir la reciprocidad implícita del amor en el recibir multiplicado de aquello que se da. Hacer de la vida un precioso presente, florecer y perfumar, madurar y liberar las semillas, sembrarse en el surco de la vida para multiplicar la corriente del amor, son los caminos del servidor, aquel que dirige la corriente de su vida por un cauce de amor impersonal. Que tu mano izquierda no pretenda apegarse a lo que tu mano derecha da. Que tu presente no se convierta en pasado. Que el río de tu amor no se represe. Que el genuino amor, siempre en ti, libere.
Vivir en el amor impersonal es un darse en todo dar. Cuando vivimos impersonalmente tejemos la vida con los mismos hilos que han formado el tejido de la Creación; y entretejidos en la trama de la vida encontramos un nuevo sentido de vivir
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