Alejandro Jodorowsky: Digan lo que digan los ateos, nuestro cerebro no puede concebir el Universo sin una causa primera. Cuando un monje Zen le pregunta a un discípulo: “No comienza, no termina, ¿qué es?”, lo sumerge en una crisis. Para responder a tal “koan” debe demoler todos los principios a los que se aferra su intelecto. Si no ha realizado la mítica “iluminación” (vacuidad mental), se ve obligado a responder “¡Dios!”. Entonces el Maestro lo corre de la sala de meditación a patadas. Este sabio monje tendría que correr a patadas de sus templos a todos los sacerdotes que inculcan a sus creyentes imágenes de un ser al que llaman Dios. ¿Cómo, con el desarrollo mental del hombre actual, se puede afirmar que el Creador es un hombre, un barbudo Dios-Padre o una Diosa-Madre? ¿Cómo se puede admitir que se le dé un nombre, una raza, la pertenencia a una cultura determinada? En otras épocas, dada la infantilidad de las mentes, esto fue necesario, como fueron necesarios intermediarios, vicarios, sumos sacerdotes, trajes de luces, monigotes de yeso y cuentos de hadas… Las sectas se convirtieron en sembradoras de prejuicios, odios y enfermedades mentales. Al declararse impuro el placer sexual, los monjes, hombres, sumieron a la sociedad en el odio a la mujer, considerando su cuerpo como una diabólica y sucia tentación… El muy inteligente filósofo judío Maimonides (1135-1204) escribió un voluminoso tratado “Guía de los perplejos” buscando la manera de definir a Dios. Llegó a la siguiente conclusión: “Dios es aquello de lo que nada se puede decir”… Es infantil darle un cuerpo o una forma material a lo impensable. El ser humano que ha desarrollado su conciencia no puede seguir aceptando tales desvaríos. En los más antiguos escritos filosóficos de la India, los Upanishads, se habla de una divinidad que es pura energía de amor, Brahman, y del fragmento de esa energía que reside en cada ser viviente, Atman o Dios interior. Dios es la totalidad de la materia y de la conciencia movida por una energía indescriptible e incomprensible para nuestro límites mentales; no la podemos definir, pero la podemos sentir. El humano del siglo XXI no necesita intermediarios, él es su propio sacerdote y vive su vida como un ser sagrado. No necesita grandes y lujosos templos: todo lugar donde vive, sea un rincón mínimo, es su templo. Respeta y bendice cada partícula de materia y cada ser viviente porque sabe que cada fragmento contiene al todo. Como también sabe que cada segundo contiene a la eternidad. Eliminando las supersticiones primitivas, extrae la sabiduría de los libros sagrados y la aplica a su vida cotidiana sin necesidad de “directores de alma” ni inquisidores. Se une espiritualmente a la totalidad del cosmos, y con paciencia, perseverancia e infatigable trabajo, se dedica a desarrollar al máximo su Conciencia, sabiendo que , como dijo Maître Eckhart, “el ojo por el que vemos a Dios es el mismo por el que Dios nos ve”.
Respuesta de Alejandro Jodorowsky a una pregunta del Twitter
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