¿Escucharon alguna vez la palabra “metanoia”?
Probablemente no. Y si la oyeron, seguramente la hayan oído muchas veces menos que la palabra “arrepentimiento”. El catolicismo ha basado gran parte de su doctrina en el arrepentimiento. Y sin embargo, Jesús tal vez nunca haya pronunciado esa palabra. El término “arrepentir”, derivado de la voz latina “poenitere”, que significa “hacer penitencia”, fue introducido en la traducción romana de los Evangelios. En la traducción griega, en cambio, aparece en su lugar el término “metanoien” –en español, “metanoia”–, que proviene de “meta”, que significa “más allá”, y “nous”, que significa “mente”.
Según la versión griega, que al menos a mí, en este punto, me resuena más que la romana, Jesús no habla de arrepentirse, de hacer penitencia, de arrastrarse por los rincones, castigándose a uno mismo por los pecados cometidos, como medio hacia la salvación. Jesús habla de algo completamente distinto. Dice que el error –el pecado– es quedarse en la mente. Creer lo que nos dice la mente. Caer en el engaño de la mente.
La salvación, dice Jesús –al menos en griego–, está más allá de la mente. “Arrepentíos, porque está cerca el reino de los cielos”, se lee en Mateo 4:17 en mi Biblia, obviamente traducida al español del latín. Expresada de esa forma, la frase de Jesús invita al miedo, a arrepentirse antes de que sea tarde, porque el reino de los cielos se acerca y te quedarás afuera si no te has autoflagelado a tiempo. Eso no suena como un mensaje de Jesús, quien basaba su prédica en el amor, que es precisamente lo contrario del miedo.
Si mi Biblia estuviera traducida del griego, diría: “Id más allá de la mente, porque está cerca el reino de los cielos”. Con lo cual no sólo cambia la primera parte de la oración, sino también la segunda. Ahora, esa segunda parte ya no habla de tiempo, sino de espacio. Que el reino de los cielos está cerca ya no significa que está acercándose en el tiempo, sino que está en un lugar cercano en el espacio. Más cercano de lo que imaginamos. El reino de los cielos está a nuestro alcance. En cualquier momento podemos decidirnos a entrar en él. Pero dar el paso hacia ese lugar no es sencillo. De hecho, es el paso más difícil para cualquier ser humano. Implica renunciar a todo lo que nuestra cabeza nos dice que es importante, desprenderse de todo lo que nuestro cerebro nos dice que tiene valor. Ese es el vía crucis. Ese es el sacrificio. No hay que morir en un sentido físico para acceder al reino de los cielos, sino en un sentido psicológico. Dar el paso hacia el reino de los cielos, hacia el más allá, es morir en este plano… para elevarse más allá de la mente. – el ZENtido de la vida –
VÍA LUZ ARCOÍRIS
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