No hay quizás un solo progreso humano que no se haya realizado a partir de la
ruptura con la tradición familiar.
¿Pensamos que no tenemos margen de maniobra? ¿Vemos determinadas
situaciones como barreras que nos impiden avanzar? Hay quien se siente
enclaustrado en una pecera y, anhelando el mar abierto, no explora todas las
posibilidades de este espacio ni intenta derrumbar sus paredes.
Acompañábamos a un amigo nuestro en su «ceremonia de limpiar la pecera»
que tenía en su sala de estar. Íbamos conversando y, al mismo tiempo, le
observábamos mientras llenaba la bañera con agua, pescaba delicadamente
los peces que tenía en la pequeña pecera circular con una red y, a
continuación, los colocaba dentro de la bañera a fin de proceder a vaciar y a
limpiar la pecera. ¡Cuál no seria nuestra sorpresa al darnos cuenta de que los
peces, teniendo a su disposición toda la bañera para nadar, se limitaban a
seguir dando pequeñas vueltas circulares en un espacio equivalente al de la
pecera de origen!
¿Quién no conoce esta experiencia? Entramos en determinadas rutinas,
adoptamos creencias que nos limitan y no vemos que tenemos más margen de
maniobra y que el espacio para explorar es mucho mayor del que creemos. No
tenemos porqué vivir enclaustrados en peceras. Pero la cuestión no radica sólo
en el espacio exterior disponible. Aunque pudiéramos disponer de todo el
espacio del mundo, no podríamos explorarlo si nuestro espacio interior está
lleno de diques y límites. A veces, estamos tan llenos de prejuicios, de
creencias equivocadas y rigidez que ya no nos queda espacio para soñar algo
nuevo y mejor.
Sí queremos crecer será preciso salir de nuestra franja de seguridad. Sólo así
podremos activar cualidades que desconocíamos y que aún no habían
aflorado. Nosotros fijamos nuestros propios límites.
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