Todo ángel es espíritu, pero no todo espíritu es ángel.
Espíritu es un ser inteligente que en circunstancias normales carece de un cuerpo físico, o al menos de un cuerpo que nuestros sentidos puedan captar como “físico”, pero no por ello es siempre ángel. Hay espíritus de la Naturaleza. Hay espíritus de seres desencarnados. Hay seres de otras dimensiones que podemos considerar perfectamente espirituales pues viven su vida en el mismo espacio que nosotros, sin jamás interferir en nuestra “longitud de onda” ni nosotros en la suya.
Hay incluso espíritus protectores de los seres humanos, sin que por ello sean ángeles. Las palabras de San Agustín a este respecto son muy certeras: “Los ángeles son espíritus, pero no son ángeles porque sean espíritus, sino por ser enviados de Dios. El nombre de ángel se refiere a su oficio, no a su naturaleza.
Su naturaleza es espíritu, su oficio, angelical. El ángel es un mensajero”. Y ése es precisamente el significado inicial de la palabra ángel: mensajero. En las diferentes tradiciones religiosas, el papel representado por los ángeles es tan importante y central en todas ellas, que resulta ilógico atribuirlo a la fantasía o a la invención pura y simple de los antiguos cronistas. Además, al igual que en los tiempos del Antiguo Testamento, en nuestros días los ángeles siguen interviniendo en la vida de los humanos, unas veces de manera anónima y secreta, y otras abiertamente y a plena luz del día. Cuando se dejan ver por nosotros suelen hacerlo bajo la forma de luces, figuras resplandecientes y en muchas ocasiones, como personas normales y corrientes. Pueden manifestarse durante el estado de vigilia, y también en sueños. Una constante en sus apariciones con forma humana – “disfrazados” de personas vulgares, podríamos decir – suele ser su momentaneidad: llegan, hacen o dicen aquello por lo que han venido y un momento después, se van sin que ya jamás volvamos a saber de ellos.
Enviado por María Sedano.
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