Muchas veces hemos de dar una oportunidad a otras personas. Una más. Y debemos hacerlo porque nadie somos perfectos y porque en nuestra imperfección, la propia, debe haber un componente compasivo que ha de extenderse a los demás.
Estamos muy seguros de que la verdad está de nuestro lado siempre. Estamos demasiado acostumbrados a creer que lo que defendemos es lo único que tiene vigencia de certeza frente al resto y nos obcecamos en protegerlo hasta tomar posturas extremas en las que nos es muy sencillo condenar al resto.
Dudar de la fiabilidad de lo que mantenemos es un sano ejercicio que nos traerá muchos beneficios.
En muchas ocasiones pensamos, por otra parte, que a pesar de defender nuestra postura la evidencia nos demuestra que la razón no está de nuestro lado y entonces rompemos el sagrado vínculo que tenemos con nuestra verdad y caemos en la sensación del desamparo del que se equivoca.
Al igual que damos oportunidades a los demás, hemos de dárnoslas a nosotros mismos. Hemos de sentarnos frente a frente con nuestros empeños y decididamente admitir que todos podemos errar y que son precisamente los errores los que nos devolverán al camino de la flexibilidad perdida. Porque no hay nada mejor que ser comprensivos, que cimbrear la vara de medir los comportamientos y acariciar con ella la posibilidad de estar equivocados.
No somos menos por haber quedado fuera del camino. La justicia es una horma demasiado estrecha cuando se compara con la compasión por el que se equivoca. Nadie somos perfectos pero sí tenemos en nosotros la perfección de ser dúctiles hasta el punto de elegir con humildad el compromiso de hacerlo mejor la siguiente vez.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
Estamos muy seguros de que la verdad está de nuestro lado siempre. Estamos demasiado acostumbrados a creer que lo que defendemos es lo único que tiene vigencia de certeza frente al resto y nos obcecamos en protegerlo hasta tomar posturas extremas en las que nos es muy sencillo condenar al resto.
Dudar de la fiabilidad de lo que mantenemos es un sano ejercicio que nos traerá muchos beneficios.
En muchas ocasiones pensamos, por otra parte, que a pesar de defender nuestra postura la evidencia nos demuestra que la razón no está de nuestro lado y entonces rompemos el sagrado vínculo que tenemos con nuestra verdad y caemos en la sensación del desamparo del que se equivoca.
Al igual que damos oportunidades a los demás, hemos de dárnoslas a nosotros mismos. Hemos de sentarnos frente a frente con nuestros empeños y decididamente admitir que todos podemos errar y que son precisamente los errores los que nos devolverán al camino de la flexibilidad perdida. Porque no hay nada mejor que ser comprensivos, que cimbrear la vara de medir los comportamientos y acariciar con ella la posibilidad de estar equivocados.
No somos menos por haber quedado fuera del camino. La justicia es una horma demasiado estrecha cuando se compara con la compasión por el que se equivoca. Nadie somos perfectos pero sí tenemos en nosotros la perfección de ser dúctiles hasta el punto de elegir con humildad el compromiso de hacerlo mejor la siguiente vez.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
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