Qué agradable puede ser el silencio, en compañía amada, deseada, en la complicidad, en la intimidad, en la ternura. Que lleno está de vida, de amor y de sentido, ese silencio del patio de la infancia, de la caricia de la madre, del padre, del sueño de nuestros hijos, del viento cuando cesa en nuestro paisaje amado.
Qué duro es el silencio en el desengaño, en la soledad, en el vacío, en la nada, en la mentira, en la infamia, en la voz que no grita por miedo.
Silencio, espacio entre palabras, tan preciado a veces, tan temido, a otras.
En un pequeño pueblo de blancas paredes encaladas, rezan las baldosas una petición de silencio, que los viajeros parecen obedecer. Quizás porque la belleza del lugar lo propicia, quizás porque es pedido con suma amabilidad y belleza. Silencio, por favor. Cuando es así, qué placer es rendirse al silencio para encontrarnos con nosotros mismos, para tocar el presente, el instante, el ahora, sintiendo la vida cómo late y respira, sintiendo cómo el tiempo es y se va.
Silencio, por favor.
Álex Rovira
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