Viajó por todo el mundo, leyó, estudió, rezó, cambió sus programaciones mentales, experimentó fórmulas alquímicas, hasta que al fin obtuvo lo que tanto quería: la inmortalidad física. “¡El tiempo me otorgará su sabiduría, las generaciones futuras me admirarán, seré dueño del planeta!” Fueron pasando los siglos. La humanidad siguió su evolución: los cuerpos se estiraron, las mandíbulas se estrecharon, los cráneos aumentaron de tamaño, los huesos perdieron su peso y los omoplatos se convirtieron en alas. El inmortal vagaba pegado al suelo, provocando muecas de asco en la humanidad volante.
Alejandro Jodorowsky
Ilustración: Boucq
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