En el mundo indígena, uno de los principios que constituyen el universo es el dolor. Sin embargo los ojos de ese pueblo penetran en esta realidad sin miedo y la transforman en algo sublime.
Un guerrero miró a su hija recién nacida. Tan hermosa le parecía que no encontraba un nombre apropiado para ella. Todos le sabían a poco. Al fin decidió buscar lo más valioso del mundo y tomarlo como nombre para su primogénita.
Salió muy temprano, cuando aún era oscuro y pensó “Podría llamarla: Silencio, pues es hermosísimo”… pero comenzó el amanecer y el guerrero detuvo sus pasos y dijo: “No, la llamaré: Aurora”.
Decidió caminar unas millas más y el día avanzaba mientras a lo largo de su camino el guerrero pensaba en llamar a su hija: “Luz, nieve, Flor, Cielo…”
Y así recorrió grandes distancias y consultó a muchos hombres instruídos, hasta que finalmente encontró al más sabio de los hombres, que le dijo:
- Tras esta montaña encontrarás a un pastor muy sencillo. Acércate a su casa, espera allí y verás lo más valioso del mundo…
Apostado junto a unas rocas el guerrero esperó el momento fijando su mirada en la entrada de la casa. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta y apareció una niña. El guerrero sintió un escalofrío. La pequeña estaba cubierta de lepra.
En unos instantes, tras la curva del camino, se escuchó la voz del pastor llamando a su hija. El guerrero vio cómo padre e hija se abrazaban y cubrían de besos. Y así, volviéndo a su casa con lágrimas en los ojos, se dijo:
- La llamaré Heoma-nae-sàn (“amor en el dolor”).
Miguel Segura
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