Canalizado por Gillian MacBeth-Louthan
Mientras atravesamos el año, el peso de nuestras afirmaciones y negaciones parece aumentar cada vez más, ser más densas y más sólidas que nunca en el pasado. Ellas se reúnen y adhieren a nuestros pies, creando una inamovible sensación de hundimiento Nuestras intenciones están impacientes, nuestra alma nos da luz verde, pero nuestro pequeño yo humano permanece firme. Nos hundimos más y más en la desesperación y el deterioro mientras nos azotamos con el proverbial tallarín mojado. Gastamos grandes cantidades de energía en disentir con nosotros mismos tratando de domesticar lo que parece ser una bestia salvaje de indecisión, el monstruo que nos retiene, siempre bloqueando nuestro camino a la felicidad, hacia el amor y la abundancia. Con la cantidad de energía que malgastamos en discutir con nosotros mismos podríamos construir centros comerciales, erigir torres, esculpir obeliscos y quizá incluso una gran pirámide o dos.
Permanecemos quietos a medida que nos hundimos más en las arenas movedizas, en el pantano de la inacción. Saboteamos continuamente nuestros sueños, nuestros deseos, nuestro futuro, en un esfuerzo por salvar la selva tropical del viejo yo. Nos aferramos a lo que alguna vez nos sirvió, adormeciendo nuestra capacidad para pasar a lo nuevo, lo más deslumbrante, y el brillante futuro de nuestros sueños. ¿Por qué tenemos miedo de avanzar? ¿Por qué tenemos miedo de entrar en acción, de actuar?
Todo en la Tierra está sintiendo la transformación. Todos sabemos que no hay forma de permanecer en la zona de confort, el vacío. Sabemos que es hora de levantarnos de las bancas del viejo yo del pasado y entrar en el campo de juego de lo nuevo, del ahora. Sin embargo, cuando nos llega el turno de batear, nos congelamos. Inmovilizados en todas las posibilidades, los nuevos portales, las maravillas de nuestro futuro, adoptamos nuestra “conciencia de palito de helado”. Como Frosty, el hombre de nieve, esperamos con temor la primavera, sabiendo que el cambio es inevitable. Frostypodría movilizarse a un patrón que ayudó a este cambio, pero elige no hacerlo.
La humanidad está destinada y diseñada para cambiar y para el cambio. Como el agua, cada uno de nosotros tiene el potencial de experimentar muchas formas. Tenemos nuestros días líquidos, nuestros días sólidos, nuestros días vaporosos. Podemos ser como un iceberg, un arroyo, una nube, una gota de lluvia, la niebla o un océano. Somos agua en un 90%. Fluctuamos con cada nuevo pensamiento, cada amanecer y cada tormenta, cada eclipse. Sin embargo, año tras año, ansiamos quedarnos quietos, quedarnos estancados, quedarnos constantes y en nuestra comodidad. ¡La única constante real que tenemos de veras es el hecho de que siempre nos desplazaremos y cambiaremos!
Comprendan que la inquietud y el anhelo en su interior son las incitaciones desde el Universo, gentiles recordatorios de que es hora de soltar. Nada puede crecer si se resisten. No están entrando en un futuro que sea inferior; el cambio siempre anda de la mano de la energía del “más”. No pueden ser nada menos, pero siempre pueden ser más.
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