No es muy sabido que el Mol·lâ Hodja Nasreddîn se sintió atraído durante un tiempo por el ney, la célebre flauta derviche de caña. El caso es que un día decidió visitar a un neyzen, un maestro consagrado de ney, con el objetivo de ser aceptado como alumno.
-¿Cuánto cobra usted por sus clases de ney?, fue lo primero que Nasreddîn le preguntó al neyzen.
-Diez monedas de plata el primer mes y después dos monedas de plata al mes,respondió el reputado neyzen.
-¡Muy bien!, exclamó Nasreddîn, -así pues comenzaré mis clases el segundo mes.
Por obvio que parezca merece ser recordado a fin de evitar equívocos mayores: ser sufí no es un oficio. Lo que el espiritual sufí comunica no tiene precio, es impagable, lo cual no significa que sea gratis. Pero, para muchos la espiritualidad limita con el bolsillo. Hay quien está dispuesto a desprenderse de todo, a vaciar su ser, pero dejando al margen la cartera. Ser musulmán comporta asumir el zakât, esto es, la solidaridad económica, uno de los pilares insustituibles de la tradición islámica al que ningún sufí ha renunciado jamás.
Halil Bárcena
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