Si algo nos espanta y logra despertar nuestras colecciones de miedos son las enfermedades. Con lo mucho que hemos recorrido en el camino evolutivo, los seres humanos aún juzgamos a la enfermedad con los peores calificativos que tenemos en nuestro idioma.
Pero, debo decirlo, las enfermedades son parte de nuestra sanación. Y por eso, no son imprescindibles, pero se vuelven necesarias cuando la vida nos pide cambios… y miramos para otro lado.
Toda enfermedad nos ofrece los síntomas que hablarán el lenguaje del alma. Pocas veces me he encontrado con que no haya un aviso de la vida a través de la enfermedad, ya sea en experiencia con mi cuerpo o con gente cercana. En algunos casos he tenido que recurrir a un viaje mas largo, hasta vidas pasadas, hasta un karma ajeno a esta encarnación para encontrarle sentido. Pero lo más probable es que la razón sea obvia y clara. La enfermedad llega como un llamado de atención de una parte de mi vida que está desatendida.
Por ejemplo, cuando me enfermo, algo debo soltar. Desde la necesidad de tener razón y que la vida o las personas sean como yo quiero, a una atadura a algo que me carga demasiado y no puedo sostener. Ya sea de un trabajo, una situación o una persona.
Seria ideal que ya hubiéramos alcanzado el momento de la historia de la humanidad en que la enfermedad no sea parte de su experiencia física. Pero para eso, no necesitamos mucha más investigación medica, sino mas seres conectados consigo mismos para que podamos escucharnos sin que el alma tenga que usar el cuerpo para hacerse escuchar.
Y es que a las enfermedades no se las combate, se las comprende. Sé que no nos resulta fácil, porque la sobrevaloración del cuerpo por sobre el alma aun es un tema pendiente, pero es posible. Y si es posible, toda excusa pierde fuerzas.
Por eso, cuando la enfermedad nos visite, en la forma en que lo haga, atendamos el dolor físico primero y vayamos mas profundo después, alineándonos con el alma, en esa parte de nuestra vida que es evidente que pide cambios.
Les sugiero el libro “Obedece a tu cuerpo, ámalo” de Lise Bourbeau.
POR Julio Bevione
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