“Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte”
Gabriel García Márquez – ‘Cien años de soledad’
Yacía inmóvil en el suelo, y en su último aliento se sintió por fin colmado de felicidad. Mientras caminaba a oscuras palpando el aire en dirección a aquella luz que nadie aún ha confirmado si es el principio de todo o el final de nada, mientras caminaba decidido, pensó que por fin había alcanzado su meta en la vida.
Se vio de niño, cuando apenas podía caminar. Ahí era inmensamente feliz. Tenía todo lo que cualquier niño podría desear. Pero mientras gateaba sentía que le faltaba algo.
Se vio de joven, con la cara llena de acné, peinado con cresta, con sus amigos, en un parque. No paraban de reir. Estaban sentados en un banco. Reían y reían, pero él siempre notaba que le faltaba algo. No era completamente feliz.
Se vio a través del enorme balcón de su casa. Con su mujer y sus hijos jugando en su regazo. Estaba sentado en el enorme tresillo que había adquirido fruto de su trabajo. Era enormemente dichoso. Lo tenía todo, pero aún así, no era completamente feliz.
Y llegó el momento. Finalmente se vio sobre el voladizo del ático de su bloque. Ahora no tenía nada de nada. Sólo una orden de desahucio en la mano. Su mujer lo había abandonado, sus hijos rehuían de él, sin trabajo. Saltó al vacío. Fue en ese momento, cuando no tenía nada, mientras volaba, cuando más dichoso y feliz se sintió. Por fin se encontró en consonancia consigo mismo, en armonía con todo lo que le rodeaba. Comprendió por fin qué era eso de ser feliz.
Un instante después chocó contra el frío suelo.
José Luis
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VÍA YO EVOLUCIONO
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