La vida de todo hombre precisa de un objetivo, una razón de vivir. No puede ser una simple sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido. Cada persona ha de esforzarse en conocerse a sí misma y en buscar sentido a su vida proponiéndose proyectos y metas a las que se siente llamad@ y que llenan de contenido su existencia. Hay vidas llenas de aparente éxito que son profundamente infelices y están dominadas por el desencanto ante ese estilo de vida, quizá espléndido en sus resultados, pero que se percibe como suplantador del que se hubiera debido tomar.
A muchas personas les cuesta abordar esa pregunta tan sencilla y tan crucial como es ¿por qué y para qué vivo?, ¿qué sentido debe tener mi vida? Tienden a evitar esta pregunta, a aplazarla siempre, esperando a que la vida se lo acabe descubriendo. No podemos vivir la vida que nos han diseñado otros. La persona sabia, sigue sus propios impulsos interiores, a pesar de que no estén de acuerdo con su familia, sus amigos, sus vecinos o la sociedad en general. La persona puede producir una “buena imagen” en un encuentro o un trato más o menos ocasional, pero difícilmente podrá mantener esa imagen en una convivencia de años con sus hijos, su cónyuge, sus compañeros o sus amigos. Si no hay una integridad personal profunda y un carácter bien formado, tarde o temprano los desafíos de la vida sacan a la superficie los verdaderos motivos, y el fracaso de las relaciones humanas acaba imponiéndose sobre la “imagen” que se quería aparentar.
El hombre, al ser batido por la adversidad, se siente con frecuencia tentado a huir. Sin embargo, cualquier vida es difícilmente gobernable si no hay un constante esfuerzo por estar conectado a la realidad, si no se permanece en guardia frente a la mentira, o frente la seducción de la fantasía cuando se presenta como un narcótico para eludir la realidad que nos cuesta aceptar. La tentación de lo irreal es constante, y constante ha de ser la lucha contra ella. De lo contrario, a la hora de decidir qué hay que hacer, no nos enfrentaremos con valentía a la realidad de las cosas para calibrar su verdadera conveniencia, sino que caeremos en algún género de escapismo, de huida de la realidad o de nosotros mismos. El escapista busca vías de escape frente a los problemas. No los resuelve, se evade. En el fondo, teme a la realidad. Y si el problema no desaparece, será él quien desaparezca.
VÍA BRISA ANDINA
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