El Corazón habla de otra forma. Siente, calibra, reconoce, estima, extraña, reacciona y convence en un lenguaje que no es el que usa el cerebro. Por eso cuando tenemos que actuar o responder ante aquello que nos exige una postura, él va por otro camino. Elige otro rumbo y se expresa de otra forma.
Posiblemente, si evaluamos determinadas reacciones que a veces tenemos, no encajen en nuestro diseño de persona; el que hemos elaborado durante tanto tiempo.
Tal vez nos sorprendamos dando palos de ciego a todo lo que va más allá de la cordura y por un momento nos volvamos tan locos e insensatos que nada nos importe más que el objeto de nuestra locura.
El corazón es un niño siempre. No pierde la inocencia. Cree en todo. Se emociona con cualquier cosa y se esponja con la mínima caricia que le roce. No quiere crecer porque cuando uno crece comienza a darse cuenta del dolor que le puede venir encima. Siendo niños las molestias mayores proceden de los rasguños de las rodillas y ningún caos de alrededor puede con la fantasía y los sueños. Ahí, en ese punto se queda el corazón.
Volver a ser niños equivale a entender su lenguaje. A comprender por qué se emociona con tan poco o de qué forma reacciona ante la ternura.
Hay personas que tienen miedo a sentir con el corazón. Gente llena de temor a la debilidad. Hombres y mujeres que intentan olvidar que palpita en su pecho para no tener que seguir sus dictados.
Nunca seguir al corazón puede ir en contra de nosotros. Nunca llorar puede restarnos nada. Nunca sufrir puede suponer un antídoto contra la sensibilidad. Porque solamente cuando se vive desde y para el corazón se puede perdonar, comprender, amar y volver a resurgir de las cenizas. Solamente, cuando el corazón gobierna nuestra casa, ésta se convierte en hogar de leños en la chimenea y sopa caliente en la mesa. De dulce olor a pan y de sábanas impregnadas con el aroma de la esperanza puesta en cada día que nace.
No es práctico seguir al corazón. No es rentable tal vez. No cotiza en bolsa, ni nos deja dividendos. Incluso si lo hacemos podemos ganarnos algún que otro calificativo poco agradable…pero en definitiva ¿qué importa todo eso cuando lo que gozamos tan dentro no puede compararse con nada?.
No dejo de pensar que seguir los impulsos del corazón es un auténtico privilegio que no está al alcance de todos, siendo sin embargo lo único a lo que todos podemos aspirar.
VÍA MIRAR LO QUE NO SE VE
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