Cuando nos hacemos la pregunta de “¿Cuál es el sentido de la vida?”, cometemos, por lo menos, dos errores:
El primero, preguntar por “la vida” en vez de “mi vida”, que es lo que realmente nos interesa averiguar.
El segundo, preguntar en singular, porque la vida tiene infinitos sentidos, y al hacer la pregunta de ese modo nos orientamos hacia una sola respuesta, y tratamos de concentrar todo en una sola y eliminamos otras que también son válidas. Sea cual sea la respuesta que encontremos, pensaremos que estamos equivocados, que seguramente será otra, que si no la han sabido responder todos los sabios en las generaciones anteriores tampoco seremos nosotros quienes la encontremos.
El sentido de la vida, puede ser, y ha de ser, ampliable. No creo conveniente aferrarse fanática y testarudamente a una idea y no permitir aceptar otras igual de válidas y enriquecedoras, porque, además, creo que el sentido de la vida se modifica con la edad y las vivencias.
Regreso al primer error.
El sentido de “mi” vida no tiene por qué coincidir con el de Gandhi, Buda, Jesucristo, Krishnamurti, o cualquiera otra persona, porque es “mi” vida, y no tengo las intenciones tan claras como ellos, o las posibilidades, o las circunstancias, y ni siquiera estoy de acuerdo al cien por cien con las personas que he idealizado.
Tal vez no estoy dispuesto a renunciar a tener una familia, a las comodidades, a los placeres, mi casa…
Por tanto, mi sentido general de la vida no es el mismo, aunque coincidamos en algunos tramos.
Y tengo que adecuar mis deseos a mis posibilidades.
Descarto, por tanto, ser un iluminado que pasará a la posteridad, ser la perfección o comprensión absoluta, o renunciar a mi vida y ofrecérsela al cien por cien al resto de la humanidad.
Quiero decir que he de ser realista.
Regreso al segundo error.
Cada mañana, al despertar, me quedo un rato en la cama dándole vueltas a la pregunta –bien hecha, por supuesto- y cada día soy capaz de encontrar una respuesta distinta de las anteriores.
Esta mañana, por ejemplo, sentí que uno de los sentidos de mi vida es dejar emerger mi estado natural.
Me refiero a la pureza originaria, a lo que era cuando Dios me creó y aún no me habían re-programado mal en este mundo, aún los miedos no sabían de mí, las preocupaciones no entraban en mi naturaleza, y estaba descondicionado.
O sea: retomar el origen y la esencia.
Dejar de ser el que no soy pero estoy siendo.
No tener miedo a no ser lo que dicen que soy.
Tener la seguridad irreductible de que cuando salga el Yo Verdadero, quien realmente soy, estará por encima de cualquier cosa que ahora suponga; por encima, por supuesto, de este personaje que han/hemos construido entre todos para que pueda ir viviendo de acuerdo a unas normas que alguien ha impuesto y casi todos hemos acatado.
Creo que todos hemos tenido alguno de estos pensamientos:
“Este no soy yo…”
Pero tampoco sé quién soy yo, y, seamos sinceros, tampoco hemos hecho el esfuerzo necesario para averiguarlo.
“Si pudiera, sería de otro modo…”
¿Y quién te ha dicho que no puedes ser de otro modo?
¿Tal vez miedo a desilusionar a los otros? Esto no debiera preocuparte: es problema de los otros si se han creado unas “ilusiones” y se quedan sin ellas. No contaron contigo cuando las hicieron.
¿Cuál es el problema para poder ser de otro modo?,
Te hago una propuesta… ¿A que no encuentras una razón que no sea una excusa disfrazada?
“¿Y si no me gusta lo que realmente soy?”
Tranquilízate.
En esencia somos muy buenas personas. No hay nada reprochable en lo originario. No hay maldad, malicia, nada perverso, nada de lo que asustarse o avergonzarse.
Seas lo que seas, es bueno y está bien.
“¿Y si soy poca cosa?”
Mejor.
Más posibilidades de crecer, de añadir, de ser.
Además… ¿quién dice que es un problema ser poca cosa?
Más bien al contrario, la tendencia de la evolución es hacia ser menos, ser humilde, y ser sencillo.
Nadie que esté de verdad en el Camino de Crecimiento Personal busca el estrellato, que es un asunto exclusivo del ego.
“Crecer” es ser cada vez menos de acuerdo a los cánones sociales.
Y ser sencillo es un alivio. No tener que aparentar, ni sobresalir, ni brillar, y no tener que cumplir expectativas ajenas, conceden una paz que vale más que el oropel del aparente éxito social.
“¿Y quién soy yo?”
Si no lo averiguas directamente, vete descontando quién no eres y, una vez eliminado eso, llegarás a la esencia.
Eres nada.
¿Es que hay que ser algo o alguien?
Eso conlleva una gran y grave responsabilidad y agobio; requiere mantener activo un personaje que exige mucho esfuerzo; requiere cumplir cada una de las expectativas de cada una de las personas con las que nos relacionamos.
Quien pretende ser “alguien” es el ego.
En realidad, somos nada.
Esencia y pureza.
Y nada más, porque es imposible aspirar a más.
El “Ser” que somos, ya ES.
No necesita reinventarse o mantenerse continuamente, como el personaje.
Llegar a ser menos o ser nada sería un buen sentido para mi vida.
¿Y la delicia que es la comodidad y el relajo y la paz de ser Uno Mismo y no tener que estar actuando continuamente?
Abandonar la pesada carga de ser Superman o Superwoman y el afán de sobresalir o cuanto menos mantenerse en un pedestal al que Dios sabe quién nos ha subido, aportaría una tranquilidad que nos permitiría acercarnos al origen.
Es sólo una sugerencia… dejar que emerja el estado natural. Quitar máscaras y postizos. Romper el guion de vida y hacer un Plan que recoja lo que da auténtico sentido a nuestra vida.
No sé… Creo yo… Me parece…
Francisco de Sales
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