jueves, 21 de junio de 2012

¿QUÉ LE PIDES A DIOS?



Dios tiene que estar medio loco o que se muere de la risa ante nuestras peticiones.

Cuando nuestro equipo favorito de fútbol juega le pedimos que gane. Que es lo mismo que le están pidiendo al mismo tiempo los del otro equipo (Si se lo pidiéramos a Salomón todos los partidos acabarían en empate)

En un sorteo de lotería primitiva las combinaciones posibles son 13.983.816, y en las quinielas de fútbol son 4.782.969; en la lotería española se juegan hasta 80.000 números, pero siempre pedimos que los agraciados seamos nosotros expresamente.

Me imagino a Dios inquieto tomando la decisión de cuál de las miles de peticiones va a atender. No pueden salir todas las combinaciones, ni todos pueden ser el primer premio.

El cantante Juanes dice en una de sus canciones: “Que si me muero…” (¡Pues claro que te vas a morir!) y más adelante pide: “Que mi madre no se muera…” (Ya te lo adelanto, Juanes… ¡no te lo va a conceder!)

Pedimos cosas imposibles.

Muchas veces son cosas materiales. Cosas que quien las pide realmente, aunque sea a través de nuestra voz, es el ego, aunque parezca que es la fe, la desesperación, la necesidad o el miedo…

Cuando pasan los años, y si uno va siendo más consciente, y aprende de la vida y sus decepciones, lo que pide es la paz.

La sabiduría y la experiencia nos hacen darnos cuenta, sin grandes explicaciones, que no nos van a conceder todo lo que pidamos.

En realidad, quizás lo único que nos da es lo que realmente necesitamos en cada momento: a veces satisfacciones y a veces experiencias nada agradables, pero necesarias, que no comprendemos en su momento.

Con el paso del tiempo aprendemos a relativizar las cosas y vemos que aquello que aparentaba ser tan malo, o tan grave, no lo era tanto. Aprendemos que las cosas suceden, queramos o no queramos, y que cada situación nos conduce a otra que será mejor.

Lo que de verdad queremos, pidamos lo que pidamos, digamos la palabra que digamos, es paz.

PAZ.

Vivir en paz.

O, por lo menos, con muy pocos y pequeños conflictos externos o internos.

Cuando uno es más sabio (aunque no sepa que es sabio) lo que pide es el don o la capacidad de aceptar, sin oposición y sin sufrimiento, que suceda lo que tenga que suceder, ya que uno acaba comprendiendo que por mucho que se oponga, y a pesar de que le guste poco, lo que tiene que suceder.

Colaborar con lo inevitable.

Como dice mi queridísima amiga Juana Marín: “La vida no nos deja hacer otra cosa que lo que tenemos que hacer”.

Esa Paz, que es el objetivo encubierto de nuestra petición, no existe por sí misma, sino que es el resultado de aceptar las experiencias que nos corresponden y el resultado de nuestras decisiones. (Recuerda que el hecho de no tomar una decisión ya es una decisión)

¿Recuerdas esa parte del Padrenuestro en que pides “Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”?. Pues ya le estás diciendo que desoiga las peticiones de tu ego y que se encargue de proporcionarte lo que Él considere que es adecuado para ti.

Jesucristo dijo: “Pedid y se os dará”, pero sé coherente en tu petición y considera el hecho de que tenga posibilidades reales de ser concedida.

Y siempre teniendo en cuenta una máxima del mundo esotérico: “Ten cuidado con lo que pides, no vaya a ser que se te conceda”.

Si le pides a Dios salud, colabora también tú en la medida de lo posible en cuidar tu cuerpo; si pides amor, has de estar abierto al amor; si pides dinero, no te quedes en casa esperando que llegue.

Hay un refrán que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando”. O sea, que no te quedes de brazos cruzados mientras esperas que venga Dios y con uno de sus milagros solucione todos tus problemas; es mejor que cuando vaya a ayudarte, te pille trabajando o esforzándote por salir de esa situación.

Me gusta pensar, porque me parece bonito imaginármelo, que a veces Dios no está presente cuando hacemos nuestras peticiones.

Que nos deja a solas, porque es mejor que no nos conceda todo lo que pedimos ni que nos ayude tanto como le pedimos.

Me gusta pensar que, a veces, nos deja solos para que aprendamos a resolver nuestros asuntos.

Los que tenemos hijos sabemos que no es bueno resolverles todos sus problemas porque, si lo hacemos, se vuelven dependientes y no aprenden por sí mismos.

Me gusta imaginar que nos deja a solas y entonces, en ese estar con uno mismo y nadie más, uno habla consigo mismo en vez de hablar con Dios, y uno se lo pide a sí mismo.

Aunque cueste creerlo -y esto es lo hermoso-, es uno mismo quien resuelve la petición y quien obra el milagro.

En fin, que cada uno, en función de su fe o su desesperación, pida lo que crea conveniente después de lo leído.

Creo que para que Dios realmente haga caso tiene que Darse cuenta de que en la petición hay honradez, hay necesidad esencial, una necesidad por la que uno estaría dispuesto a sacrificarse como sea, y también hay voluntad de ser colaborador para que se realice ese “milagro”.

No se le deben pedir a Dios cosas malas para uno mismo ni para los otros, -tampoco las concedería-, y hay otra cosa que no se le debe pedir porque no la va a conceder: que nos evite pasar por las experiencias que Él, o la vida, consideren que tenemos que pasar, porque, aunque incomprensibles en muchas ocasiones, son por nuestro bien.

Francisco de Sales

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