Un viejo cuento indio cuenta que, una vez, un anciano se hallaba con su nieto y le explicó: mira hijo, me siento como si hubiera dos lobos pelándose entre sí en mi interior – ¿sí abuelo?- preguntó el nieto – ¿y cómo son? – uno, es un lobo feroz, hambriento, exigente, agresivo, siempre al acecho de que se concedan sus caprichos, de que le preste atención… implacable; el otro, es un lobo bueno, atento, sagaz, sabio, paciente y no me exige, sino que, muy al contrario, me aconseja y me guía… -¿y cuál de los dos lobos ganará la batalla abuelo?- inquirió el nieto – AQUEL AL QUE YO DECIDA ALIMENTAR.
Sinceramente pienso que es así, en el interior de cada persona existe el ying y el yang, lo positivo y lo negativo, lo masculino y lo femenino, alma y ego… una dualidad difícil de soportar a veces y que comulga a la perfección otras.
La parte “oscura”, “mala”, perversa, suele aparecer debajo de la alfombra, relegada a un segundo plano, dormida, (o eso intentamos), y procuramos, como la luna, sólo exhibir una cara, la bonita, la limpia, la transparente… pero somos más que eso y no podemos obviarlo.
Para mí, el alcanzar un equilibrio entre esa dualidad supone un reto de por vida. Lo describía perfectamente Robert Louis Stevenson en su novela “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, en la que el Dr Jekyll descubre su lado “negativo”, su lado “malo” y decide darle poder y voz… craso error. Como decía el cuento indio, a esa parte hay que conocerla, es lógico, aceptarla, e integrarla en nosotros, pero integrar no supone dejarse vencer por ella sino que supone conocer, aceptar, trascender.
Hace tiempo, en un debate con mi amiga y compañera de vida, Susana, defendíamos esa misma tesis, ella propugnaba que al ego debe conocérsele, se debe saber dónde está y posteriormente, vencerlo, aniquilarlo, destruirlo.
Nunca comulgué con tal idea, jamás, porque creo que, como sabiamente decía Pedro, “lo que se tapa, hierve”, de ahí que, a esa parte “imperfecta” deba conocérsela, liberarla, dejarla fluir a la luz de la conciencia y trabajar con ella.
Al liberar esa parte “imperfecta”, descubriremos un nuevo potencial, porque estoy plenamente convencida de que en esa parte también se alberga nuestra fuerza, esa parte recoge experiencias, situaciones, vivencias, determinadas situaciones que no hemos sido capaces digerir a la luz de la conciencia y que, como marionetas, sigue dominando nuestros actos y nuestros pensamientos, por eso es fundamental hacer un trabajo de auto-conocimiento, de descorrer el velo, de descubrir la verdad, de desempolvar viejos recuerdos y pasados traumas y dar voz a esa parte oculta, perdida, en la sombra…
Al hacerlo, estoy segura de que adquiriremos energías renovadas ya que, como digo, esa parte alberga un potencial inmenso y una fuerza increíble y tan sólo aguarda a ser descubierta y puesta de manifiesto.
Obviamente, ese “ser puesta de manifiesto” no quiere decir que imponga su criterio, que esa parte lidere nuestra vida, como sucedía el relato de Stevenson, sino que, muy al contrario, debemos saber dónde está y cuándo y cómo puede afectar a nuestra vida, para que así no nos domine en la sombra, sino que sepamos integrarla bajo la luz de la conciencia y de la consciencia.
Grandes “artistas del alma” y grandes escritoras y terapeutas como Annie Marquier o Debbie Fordnos hablan incesantemente del poder que alberga la sombra y, junto a él, de la necesidad de todo ser humano de descubrir este poder y de trabajar codo a codo con él, liberándolo, asumiéndolo.
Como decía el cuento indio, esas dos partes se hallan en el interior de cada ser humano, peleando, bramando por ser escuchadas, implorando un lugar en la persona y sólo al ser humano corresponde, una vez que las reconoce, el poder de elegir a cuál de las dos DECIDE ALIMENTAR
Paula G. Montes
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