miércoles, 22 de febrero de 2012

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO....CUENTO DE "FRANCESCO EN EL CIELO...."

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Al otro día lo fueron a buscar. El cielo estaba más claro que nunca, los colores se veían intensos y destellaban todo el tiempo.

Ariel había ido a su encuentro con la misma actitud de cuando lo había recibido por primera vez, con esa paz que transmitía en cada movimiento su cuerpo eterno.

Entró en la habitación de Francesco y, con un tono muy suave, lo saludó.

Le dijo que era el momento de la partida, y que abriera la ventana para elegir una nube dorada, una de ésas ante las que él siempre preguntaba por qué no podía usarla para hacer sus paseos. Ésas eran las nubes que llevan a los otros Cielos; las que Francesco acostumbraba usar para sus paseos no podían desplazarse a grandes distancias.

Los viajes siempre se terminaban después de volar con las alas abiertas de par en par, pero éste era demasiado largo como para usar las nubes celestes o rosas.

—Toma esa dorada que viene hacia aquí —exclamó Ariel.

—Ya la tengo. ¿Subimos?

—Sí; espérame que voy a acomodar mis alas, para que vayas más cómodo.

—Estoy cómodo. ¿Podemos hablar mientras viajamos?

—Habrá momentos en que sí podremos, pero en otros atravesaremos el Cielo a una gran velocidad y no nos escucharemos. Si deseas, empieza a contarme lo que quieras, ahora que las nubes se mueven lentamente.

—¡Sabes, Ariel? Recorrer el Cielo, vivir en él, conocerlos a ustedes, aprender, viajar para ver a mis seres queridos… todo esto que viví me pareció un sueño, un sueño profundo y bonito. Capaz de llenar de plenitud la vida a cualquier persona. Fui muy feliz aquí.

Ahora yo quisiera que me contaras qué viene, qué pasará en el segundo Cielo, cuánto tiempo tendré que estar. Si es tan lindo como el primero...

—Cada Cielo tiene su encanto. No sé sí estarás en el segundo Cielo mucho tiempo: cuando llegues, relájate y déjate fluir; porque después de todo, ahora te va a ser más fácil que cuando llegaste al primer Cielo.

—Y dime: ¿por qué hay tantos Cielos?

—Porque hay espíritus con diferentes tipos de luz, o llámalos categorías, y cada Cielo ofrece diferentes enseñanzas y cuidados.

—¿Dónde está el infierno?

—¿Cuál? Porque hay muchos.

—No sabía que había muchos. Quienes hacen daño mientras viven, cuando mueren, ¿van al infierno como castigo?

—¿Eso dicen allá ahajo?

—Sí, por lo menos eso es lo que aprendí.

—Te clasificaré los infiernos y tú me dirás cuál es el más conocido. El que, se supone, gobierna ese ángel que se rebeló contra nuestro Dios está muy lejos; ninguno de los que vivimos aquí sabe dónde está, pues ninguno tiene la necesidad de conocerlo.

El único juicio por el que pasan las personas que vienen aquí es el que ellas hacen consigo mismas.

Después hay otros infiernos.

Hay vidas que son un infierno; si en tu vida anterior cometiste malas acciones, en la próxima sufrirás, pero no como castigo sino como aprendizaje.

Otro infierno es el que tiene cada persona cuando pierde la alegría, cuando nada la satisface, cuando su entorno no comparte sus pensamientos, cuando se empecina en amar a alguien que no lo tiene en cuenta.

No hay peor infierno que el de aquel que lucha contra sí mismo, que va en contra de sus ideales, del que no se anima a enfrentar la vida con actitud digna.

Hay épocas en las que algunos sienten vivir en el infierno; ésos son los tiempos en que la soledad les colma todos los espacios; son años de pérdida, en que la luz no aparece, ni siquiera de lejos.

Esos infiernos son las más comunes de todas las personas y no hay diablo más poderoso que los pensamientos negativos que no te dejan estar en paz.

No hay lugar más oscuro que un corazón vacío de sentimientos.

Y no hay lugar más triste y desolado que el que tú puedes construir con un corazón que no tiene fe.

No hay infierno que supere a aquel que implica vivir sin amor a la vida. El odio es fácil, se alimenta solo; el rencor crece sin necesidad de hacer nada; la indiferencia sale sola, sin pensar.

Parece que hacer daño, envidiar o ser individualista es normal en la naturaleza del hombre.

Dios hizo al hombre libre para elegir qué hacer y, sin embargo, parece que viviera equivocado, porque siempre vivió en guerra, siempre hubo conflictos, celos, competencia en la mente de los hombres.

Por algo nos manda a decir que nos amemos unos a otros. Más que como mandamiento, lo pide como consejo y quizá como advertencia, pero si no aceptan ese buen consejo, todo será un caos, no porque Él los castigue (el castigo suena a tiranía), sino como prevención. Pues si no se aman no vivirán bien, tampoco vivirán en armonía, conocerán riesgos y vivirán llenos de miedos entre todos ustedes

Ser libres para elegir es toda una responsabilidad; eres libre para elegir el destino, el tiempo, y hasta para saber cómo y dónde vivir.

Libre para saber con quién compartir tu vida, tus afectos.

—Si amar es la base de todo, si estar en armonía con el entorno es indispensable, si ser feliz es posible y si estar sano es lo natural, si como seres amados por Dios les cuesta tanto dar lo mejor de cada uno, ¿cómo pueden decir que son seres avanzados?

—El Amor, con mayúscula, es eterno, trasciende la frontera de todo sentimiento. Es inmenso y es total; vivimos todos de acuerdo con lo que el amor nos pueda dar. Una palabra de amor de quien amas te levanta hasta lo más alto del Cielo. Pero uno siempre espera que sean los otros quienes nos amen primero; siempre el otro es al que yo le exijo que empiece a hablar, a demostrar que me quiere. Y no sólo eso, sino que dudo si el otro es sincero con lo que me dice. Cuando alguien nos ama de verdad, hasta nos damos el lujo de desconfiar. Y, muchas veces, no nos damos cuenta que cansamos al otro con dudas e indecisiones, y vamos apagando poco a poco las lucecitas de amor.

Je voy a explicar qué son el amor y el odio. Amar es una tarea fuerte y de personas audaces; los cobardes no se animan a amar, porque temen salir lastimados.

El amor nace desde el espíritu, luego pasa por la mente y por fin llega al cuerpo como último eslabón, para lograr la unión de las personas que se aman.

Amar es como subir una montaña empinada, con algunos caminos fáciles de transitar y otros llenos de obstáculos. Llevas en la mano una lámpara encendida para que ilumine tu vida y para que te dé algo de calor; vas subiendo, tratando que el viento no apague la luz, y buscas reparo para que la llama no se apague. Vas subiendo, con energía e ilusiones, por el sendero de la montaña, mientras el clima te acompaña y los olores de la naturaleza te elevan, y te vas preguntando qué se sentirá al llegar a la cima, con qué te encontrarás, qué sensación tendrás y dónde estará la paz. Sin embargo, es mucho más placentero subir por la mañana que llegar a la cima, porque a veces llegar a la cúspide no nos satisface. Estamos acostumbrados a que siempre nos falte algo, y esto nos hace muy poco agradecidos.

En cambio, el odio no da trabajo, sale solo; es como estar arriba de una montaña, tirar una piedra y mirar hacía abajo para ver cómo cae, hasta llegar al pie de la montaña.

Seguramente habrás escuchado decir que del amor al odio hay un paso, y así es; lo que amé, lo que fue importante para mí, si no responde en algún momento a mis expectativas, lo crucifico y lo transformo en odio; total, no cuesta esfuerzo odiar; simplemente lo siento, no necesita paciencia ni cuidado. El odio crece solo, crece con el paso de los días, más y más.

Todo lo que amé en el otro, cuando di algo y no tuve respuesta, ahora se convierte en rencor, en odio, y lo quiero ver de rodillas, pidiendo perdón por sus acciones.

Pero, aunque aceptara hacerlo, eso no te bastaría, porque todo ese odio no le llegó. Te llegó a ti, te envenenó la sangre y las palabras y condenó tus buenos momentos.

Y sigues echando la culpa de tu desdicha a quien crees que ha sido el responsable de haberte arruinado la vida.

Reconoce que tú le permitiste que te la arruinara. No dejes que ese odio siga dentro de ti, porque tu maldición seguirá cayendo sobre tu vida. Deja tranquilo a quien te dañó, para que tú te quedes tranquilo.

Deja que el infierno de sentimientos negativos que vive dentro de ti desaparezca, para que pueda quedar sólo un gran remanso que te deje respirar con toda el alma.

Debatirse entre el amor y el odio, entre la alegría y la tristeza, entre la certeza y la apatía, es seguir animando el fuego de tu propio infierno.

Amar, muchacho, amar, esa tarea que nos dejó nuestro Señor, parece fácil y, sin embargo, ¡cuesta tanto!

Debes perdonar a los que no te quieren, a los que te abandonan, pero debes hacerlo por ti, por tu paz; puede ser que el otro necesite tu perdón, pero hazlo, sobre todo, por ti.

No te castigues sufriendo; no te lo mereces. Puedes fracasar, sentirte derrotado, triste, y hasta aceptar, por un momento, sentirte así. Mas es importante que sepas que siempre tienes otra oportunidad para ser, para hacer, para sentir.

No te aferres a lo que te hace sufrir, porque sufrirás más.

No siempre uno es sabio para hacer buenas elecciones, pero puedes seguir eligiendo siempre, porque eres libre. Tienes otra oportunidad cada vez que te propongas volver a empezar.

Amigo mío, en la próxima vida, si es que decides volver, acuérdate bien de esto: vive, ríe y ama.

—Si vuelvo a tener otra oportunidad de vivir, prometo no dejar que en mi interior surja ese pequeño infierno, que muchas veces alimentó sentimientos dolorosos en mi mente.

Ahora estoy convencido que la vida es bella, cuando uno la toma como una bendición y no como un castigo. Si esto lo hubiera aprendido antes, estoy seguro que todavía estaría vivo, que el éxito me hubiera tocado de cerca.

La vida invita a viajar vertiginosamente entre los afectos, entre la gente que se te acerca y la que se te va.

Uno busca sobrevivir y no sabe vivir; uno busca que todo el tiempo los demás te acepten, te quieran. Buscamos constantemente el amor, y el amor es la vida; y, si amas la vida, ella también te ama.

¿Por qué es tan difícil aprender, si es más simple de lo que uno piensa? Buscamos excusas todo el tiempo para limitarnos y buscamos culpables, porque nuestro ego no nos deja ver hasta dónde somos nosotros los verdaderos culpables.

¿Viste cómo aprendí la lección y lo convencido que estoy de lo que digo? Si alguien me hubiese dicho que yo tenía que morirme para aprender a vivir, lo habría mirado pensando que estaba loco.

Aunque, pensándolo bien, todo es loco; si estar loco es liberarse de las ataduras, decir lo que uno piensa, hacer lo que uno siente, dejar lo que nos hace mal, largarse a la aventura, ¡bienvenida esta locura de vivir donde sea, en el Cielo o en la Tierra! Lo importante es la libertad de buscar la felicidad.

—¡Eh, me gusta escucharte! Te brillan las alas cuando hablas así.

¿Te acuerdas cuando llegaste? Estabas realmente en el limbo.

—En el limbo viví siempre.

—No me vas a decir que no valió la pena enfrentar la osadía de escuchar a tus maestros; mira si te hubieses quedado como un espíritu sin rumbo.

—Es que me costó aceptar mi muerte.

—Y dime, ¿piensas volver a vivir?

—Siento que hacerlo sería como hacer un examen, el de mi vida. ¿Cómo sabré que no me olvidaré de todo esto?

—Ya lo sabrás pero, si seguimos hablando, tengo la idea que te quedarás en este Cielo.

—¡No, quiero conocer más! Ahora quiero todo; no todos los días uno puede conocer Cielos diferentes.

—Bueno. ¿Qué te parece si vamos?

—Vamos.

Francesco y su amigo abrieron bien sus alas y, con toda la luz que irradiaban sus alas, empezaron a elevarse. Comenzaron a ascender de una manera suave y armoniosa, junto con la nube dorada.

Subieron y subieron. Algunas nubes los ayudaban a desplazarse con más rapidez. Por algunos tramos se quedaron dormidos, como a quien después de emprender un largo viaje lo vence el cansancio. Una gran luz los fue despertando suavemente, y al abrir sus ojos apreciaron todo el color del segundo Cielo… todo era rosa y dorado; los olores eran más dulces que los del primer Cielo.




Extracto de "Francesco Una vida entre el Cielo y la Tierra de Yohana Garcia"

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