Francesco no era el mismo de antes. Cada día que había pasado, cada maestro que le había hablado le habían dejado huellas en el alma. Esas huellas que quedan después de haber crecido, se habían quedado en su memoria, junto con sus mejores recuerdos. Ya no había miedos ni dudas. Todo era felicidad plena.
Francesco no tenía ansiedad de saber qué pasaría de ahora en adelante; sólo sentía un poco de curiosidad.
Después de llegar al segundo Cielo y de acomodar sus alas, esperaron en las puertas de ese paraíso a que alguien apareciera. Tras haber esperado lo suficiente, alguien apareció. Era un maestro luminoso como un sol; llevaba una gran corona de estrellas sobre su cabeza y un cetro.
Este maestro, con una voz muy alta pero tranquilizadora a la vez, le habló:
—Te estaba esperando, Francesco; es una gran alegría tenerte en este Cielo. En algún momento pensamos que no querrías estar aquí. Tú siempre te arraigabas a lo conocido y los cambios nunca te gustaron, ni después de muerto.
—Veo, maestro, que me conoces bien, aunque yo no sepa quién eres.
—Perdón, no me presenté. Soy el maestro que decido, de acuerdo con la luz que tiene cada alma, qué debo hacer con ella.
—¿No es que tengo un alma libre?
—Libre sí, pero aquí hay leyes que se deben respetar. Igual puedes elegir; yo solamente indico cuáles son las mejores oportunidades que te puedo brindar. Acompáñame a un lugar, pues te quiero mostrar algo; ven conmigo al oasis de las luces. Te sentarás en el centro de un gran arco iris y te diré qué es lo que puedes hacer.
Fueron caminando, casi flotando por los aires, hasta ese lugar.
Llegaron y su guía le indicó dónde sentarse.
Lo ubicó en el centro de un gran arco iris y le dijo:
—Yo soy el maestro del olvido. Cada rayo mío tocará un centro energético de tu alma y grabará cada enseñanza que tú aprendiste, en lo más profundo de tu ser.
Luego, podrás pasar por un torbellino de luces que te energizarán y dejarán tus vivencias con tus maestros.
Cuando una persona nace, siempre lleva el recuerdo de haber pasado por el Cielo y hasta puede llevarse las experiencias de su vida anterior.
Cuando niño, estas experiencias son más nítidas, pero después de cumplir los seis años se empiezan a borrar porque prevalece la razón; el entorno empieza a influir, y se tiende a olvidar algunas experiencias vividas; otras experiencias, algunos gustos o tendencias permanecen en la memoria.
Y lo que no se aprendió en la vida anterior se reaprende en la próxima.
—¿Y me olvidaré de todo esto?
—He decidido que, como eres un ser especial, no pases por la Ley del Olvido. Queremos que te acuerdes de todo lo aprendido.
Por supuesto que estas experiencias irán apareciendo poco a poco a medida que las vayas necesitando.
—¿Yo, un ser especial? ¿Por qué?
—Lo eres por tu bondad y por tu entrega. No pasarás por la Ley del Olvido. Es el premio que tendrás para que puedas ser feliz.
—¿Entonces no sufriré tristezas, ni enfermedades, ni frustraciones?
—Siempre y cuando estés dispuesto a dejarte fluir por la vida y a no desviar tu camino, lo lograrás.
—¿Y cuándo será la próxima vida?
—Cuando tú lo desees.
—¿Puede ser ahora mismo?
—Sí claro; estás preparado.
—¿Y que pasará con mi familia?
—Se ve que has perdido la noción del tiempo.
—¿Por qué lo dices?
—Porque pasaron muchos años. ¿Recuerdas que tiempo atrás bajaste a acompañar a otra alma para que tomara el cuerpo de tu nieto, y que iluminaste con tu energía ese gran momento?
—Sí, claro que lo recuerdo. Pero no entiendo.
—Te explicaré. Tu nieto tiene ahora veinte años y tu mujer acaba de entrar al primer Cielo.
—¿Ella ha muerto?
—Sí
—¿Cómo no lo supe?
—Fue justo cuando viajabas para acá.
—¿Y cuántos años pasaron desde que me fui?
—Treinta y cinco.
—¿Mis hijos están bien?
—Muy bien.
—¿Vivirán mucho más tiempo?
—No te preocupes por ellos; los encontrarás en tu próxima vida, cumpliendo otros roles.
—¿Uno siempre se vuelve a encontrar con las mismas personas que conoció en su vida anterior?
—Sí, claro; cumplen otros roles, con la misión de enseñarte a crecer.
A todos, absolutamente a todos los que conociste anteriormente los encontrarás ahora. ¿Nunca te pasó ver a alguien y creer que lo conocías de otro lugar, pero nunca pudiste saber cuál era ese lugar?. ¿O de rechazar a alguien y no saber por qué?
—Sí, me pasó, muy a menudo; visité lugares y sentí que los había conocido antes. ¿Pero cómo puede ser que no nos acordemos?
—Porque, antes de nacer, pasas por la Ley del Olvido y solamente puedes recordar por medio de sueños o de sensaciones.
—¿Y yo no olvidaré nada esta vez?
—No olvidarás absolutamente nada.
—¿Sabré quiénes fueron en mi vida anterior los que estarán a mi alrededor?
—Eso no, porque tendrías ventaja en sus vidas; sabrás que estuvieron contigo siempre, pero no sabrás quién fue cada uno de ellos en tu vida anterior. Además, te podrás dar cuenta por ciertas señales.
Tú no serás un ser cualquiera en la Tierra; tendrás una misión que será designada por el maestro.
Serás alguien con gran carisma, atraerás a personas que te escucharán y les darás fuerzas para seguir adelante con sus vidas; les transmitirás paz, contagiarás alegría y les enseñarás a encaminarse.
—Entonces no seré tan libre como para elegir qué hacer, si ya tengo designada una misión.
—Sí, pierde cuidado, seguirás siendo libre; esta misión está designada porque tienes un alma vieja, y las almas viejas, al contrarío de las jóvenes, tienen la suerte de aprender una sola vez y pueden aprovechar mejor las enseñanzas.
—¿Qué es lo que haré?
—Podrás dar ayuda desde cualquier lugar. Todos ayudan: ayuda el médico a curar, el religioso a tener fe, el músico endulza los oídos, el que enseña ayuda a crecer. Hasta la más simple de las personas puede dar lo mejor de sí misma.
—¿Por qué me eligieron a mí como alguien especial? Personas buenas y decentes y mejores que yo hay muchas. Todos los días entran en el Cielo millones de almas mejores que yo.
—¿Eso quién lo dice?
—Yo.
—¿Mejores que tú, sí te comparas con quiénes?
—No sé… con muchos.
—Tú no eres el único que va a volver con una misión.
—¿Ellos tampoco pasarán por la Ley del Olvido?
—No, son muchos los que no pasan por esa ley. Los elegimos porque sabemos que cumplirán con esa misión, y a la vez serán felices.
—Cuéntame más de mi próxima vida; ya me estoy ilusionando.
—No, si te cuento no será lo mismo.
—¿Por qué no?
—Cuando uno vive una experiencia por primera vez y luego la quiere repetir, ya no es lo mismo. Acuérdate de esto mientras vivas.
Cuando te pase algo que te haga sentir gozo y te haga vibrar, deja que quede guardada la sensación en un rincón del alma. Y, si quieres volver a repetir la situación, prepárate para que la sensación no sea igual, porque puedes desilusionarte.
No te contaré qué pasará en tu vida; es como sí fueras al cine y el acomodador te contara toda la película, incluso el final. ¿A ti te gustaría?
—No, pero, si te recomiendan la película, vas; si te dicen que es mala, no vas.
Estar en este Cielo es entrar en éxtasis, aunque el otro ha sido para mí un paraíso. Pero ahora sí sé que las cosas cambiarán, que las experiencias serán otras, que mis expectativas serán diferentes.
Todo camino trae una nueva esperanza. Ahora estoy aquí esperando no sé qué, pero estoy esperando. Y quien espera que sucedan cosas tiene ilusiones y se siente vivo.
Y, aunque yo haya muerto, la vida seguirá estando en mí, en mi alma. Nunca pude darme cuenta que fue mi alma la que vivía todas las experiencias y que yo las hice accionar simplemente con mi cuerpo.
Pensar en volver a la vida no me entusiasma demasiado, será porque los sabios dicen que la vida es sufrimiento.
Y, si yo volviera a nacer, tomaría los acontecimientos que me tocó vivir con otra filosofía, con la de los grandes maestros, que me dieron su sabiduría en todo este tiempo.
La vida es un acontecer de situaciones y, si tomáramos cada situación como algo trascendente, aceptaríamos lo que no podemos cambiar, cediendo y adaptándonos a lo que nos toque vivir y, a la vez, valoraríamos más las situaciones lindas, placenteras, aunque sean pequeñas, y las guardaríamos en un lugar del corazón. Seríamos felices, y la vida no sería sufrimiento, sino plenitud.
Si me encontrara con Dios y me pidiera que elija, no sé que diría. Si pudiera darme un certificado, con la garantía que mi vida estará llena de situaciones positivas, entonces aceptaría qué cosas volver a vivir. Pienso que, si todo fuera como yo quisiera, si obtuviera todo lo que deseara, es probable que tampoco fuera feliz, porque quizás no lo valoraría, simplemente porque no me habría costado trabajo conseguirlo; y lo que sale fácil, sin esfuerzo, a veces no es valorado. Pero tampoco tendría experiencias, porque no cometería errores y entonces aprendería muy poco del arte de vivir.
Entonces, ¿qué le pediría yo a Él para volver a vivir con todas las letras? Quizás le pediría esa capacidad que no te enseñan los padres ni los maestros en la escuela. Le pediría que me mostrara cada problema como una oportunidad nueva para crecer, aunque crecer duela. Crecer es madurar, aprender, sentir.
También le pediría éxito personal. ¿Pero qué es el éxito?. ¿Es conseguir lo que uno quiere? ¿O es sentirse reconocido por los otros?
¿Es obtener fama, dinero o que la persona que uno desea nos ame? ¿Qué será el verdadero éxito?… No, no le pediría éxito, porque tener éxito depende de mí; un maestro alguna vez me dijo que el éxito es ser feliz con lo que uno logra; si no, no es éxito, y lo comparo con un mecanismo: una pieza es la autoestima, otra es lograr una meta, mantener una comunicación con los pares, tener trabajo, no solamente para vivir de él, sino para disfrutarlo.
¿Qué le pediría a este Dios omnipotente? Una vida con amor, llena de amor. Sí, creo que eso sería lo fundamental; una vida con amor infinito hacia todo lo que me rodea. Le pediría equilibrio para que el daño de los otros no me llene de resentimientos, para aprender a tomar las cosas con calma, para no enojarme con tanta facilidad, para sentir que vivir es un trabajo complicado pero no difícil.
Si yo aprendiera a vivir en armonía con las leyes de la naturaleza y si nadara a favor de la corriente y no en contra, aceptaría volver a vivir.
¡Cuántas veces en mi vida miré el cielo o miré un crucifijo y sabía qué pedirle a Dios!… Y, ahora que lo tengo muy cerca, no pude darme cuenta de qué es lo que realmente quiero.
¿Cuántas veces, Dios mío, cuando te he pedido que me concedieses tal o cual cosa, me lo concediste, y yo ni siquiera te lo agradecí?
¡Qué ingratos somos cuando no entendemos la vida y más ingratos aún cuando no entendemos la muerte!
Si agradecemos un aplauso, un favor, un elogio, ¿cómo no somos agradecidos contigo?
Ahora estoy dispuesto a verte, a sentirte o a escudarte; aprenderé a esperar a que aparezcas, cuando Tú lo dispongas. Sé que todo está en tus manos; esperaré ese encuentro tan deseado y sabré aceptar tus decisiones.
Ya aprendí que las cosas suceden cuando tienen que suceder, en el momento justo, ni antes ni después: en el momento en que uno está preparado para recibirte.
De pronto, se escucharon pasos muy suaves y apareció un nuevo maestro. Un maestro más iluminado que cualquier otro.
Con una voz muy, pero muy suave, le dio:
—Oye Francesco. ¿Con quién hablas?
—Con el Señor.
—¿Y te ha contestado?
—Muy en mi interior, sí.
—¿Y qué te ha dicho?
—Que esperara, que pronto llegaría lo que espero.
—Si supieras que ese momento tan anhelado ya llegó, ¿qué dirías?
—Que estoy preparado.
—Bueno, entonces vamos. Acompáñame; este momento será inolvidable para tu alma y para tus pensamientos.
—Siento que me late el corazón con fuerza.
—Será tu alma.
—Mi alma late con fuerza.
—Bien, significa que tu alma está limpia.
—¿Qué es un alma limpia?
—Un alma pura, sin ningún sentimiento que la desamortice, sin miedos, sin culpas, sin resentimientos, en la que sólo hay amor. Amor incondicional, amor eterno. Amor con mayúscula.
El nuevo ser tiene un alma de bebé, un alma pura. Después, las circunstancias de la vida oscurecen el alma, que empieza a perder brillo y fuerza.
Si uno quiere mantenerla en estado puro, tiene que trabajar mucho interiormente para limpiarla.
—¿Hay seres con alma puras?
—Sí, los hay. Muchos se destacan por ser humildes, solidarios, bondadosos; vibran y hacen vibrar a los demás.
—¿Cómo se los distingue en la Tierra?
—Observa a cada persona que se te cruce en el camino, y una vez que te encuentres con ella, su mirada y todo su ser te transmitirán paz, paz interior. No necesariamente tiene que ser una persona culta, ni inteligente, ni poderosa, ni rica.
—¿Tienen alma de bebé?
—Sí, son personas con almas de bebé, con sentimientos de niño y sabiduría de viejo.
Extracto de "Francesco Una vida entre el Cielo y la Tierra de Yohana Garcia"
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