Un cuerpo duele. Se contractura. La respiración se ahoga. Las mandíbulas se aprietan. No hay alivio. La mente repite interminablemente los mismos ruegos y amenazas entremezclados de siempre, hasta que se cansa y sólo grita "¡Basta, basta!". El corazón se retuerce atravesado por emociones que no puede expresar. Duele...
¿Cómo abordar una problemática tan compleja como el dolor? No existe una única visión. Pretender que una disciplina, teoría o técnica dará la respuesta ya no es posible. No es un dolor que se instala, es una persona que sufre.
Durante siglos, se definió al dolor como una sensación provocada por un estímulo. Una percepción objetiva molesta, generada por un daño. Las últimas investigaciones han acercado la noción de que es una vivencia emocional, a veces con una causa física. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo definió como "una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada o no con daño real o potencial de los tejidos o descripto en términos de dicho daño". Esto implica que la forma en que sintamos el dolor es subjetiva, dependerá de los umbrales, estados anímicos, historia personal.
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