Como ya he mencionado anteriormente, el Espíritu es el quinto elemento. Mientras que el Aire, el Fuego, el Agua y la Tierra son los elementos mundanos, el Espíritu representa lo intangible y lo etéreo. Es, como podrás imaginar, el más abstracto tanto dentro como fuera de nosotros.
En el mundo que nos rodea, el Espíritu es la chispa de la vida, la diferencia entre lo que está vivo y lo que no. Los animales y las plantas tienen el suyo propio; y la tierra e incluso las piedras y los minerales, pues también ellos crecen y tienen una vida particular. En nosotros es aquello que nos hace únicos, que nos pertenece a cada uno.
Pues no somos sólo la totalidad de cuanto nos ha acontecido, sino que tenemos una esencia propia, aunque ésta se haya visto influida por los acontecimientos que han sacudido nuestras vidas. Pero lo más importante es que el Espíritu es la Divinidad, sea cual sea tu manera de interpretarla. En algunos credos la encarna una deidad única o un dios; en otros puede tratarse de una serie de dioses y/o diosas, aunque también existen entidades sin género.
Y aún unos terceros pinan que la Divinidad o el Espíritu no son un ser o varios, sino una fuerza o energía que está presente en todas las cosas. Resulta igual de difícil precisar qué pensamos al respecto los que practicamos la brujería. La mayoría de las brujas creen que la Divinidad es, a la vez, uno y muchos. Entiendo que te puede parecer contradictorio, pero míralo desde este punto de vista: para tus padres, tú eres su hijo o hija; para tu pareja eres una esposa, esposo, novia o novio.
Si además eres madre o padre, tus descendientes te verán con otra personalidad. Si estudias, existe el “tú” que conocen tus profesores, y si trabajas, tus compañeros te verán como un empleado o un jefe, un superior o un subordinado. Y, sin embargo, tú solo eres “uno”. Te pongo otro ejemplo: una bola de cristal de espejos refleja diferentes imágenes de un mismo objeto. Para las brujas, la Divinidad es un conjunto único, y sin embargo cada una de las diosas y de los dioses es distinto porque posee una personalidad, una presencia y una existencia que es singular y completa a su manera.
Otras tantas piensan que la Divinidad no tiene ni género ni forma. Esto explica por qué nadie sabrá decirte quién es, por lo menos de una manera categórica, y cómo encontrarla o adorarla. Por eso es fundamental que tengas tus propias ideas. Ésta es otra de las grandes libertades de la brujería y, al mismo tiempo, una de las tareas más complicadas. No tenemos sacerdotes que interpreten o intercedan por nosotros ante nuestros dioses; nadie nos dirá a quién, cómo y cuándo debemos adorarles, ni tampoco que nos explique si hacemos “bien” o “mal”. No contamos con la sencillez y simplicidad de una estructura divina preconcebida. En la brujería somos nosotros los sacerdotes o sacerdotisas. Por eso denominan al nuestro “un credo de personas con ideas propias”.
En la brujería, el concepto de la Divinidad se complica más aún debido a que a las diosas y a los dioses se les conoce por muchos nombres, en lugares y tiempos distintos. Antaño los seres humanos vivían diseminados en sus tribus y bautizaron e inventaron historias diferentes para sus deidades. Sus diosas y dioses predilectos eran, además, bastante desiguales; así, las personas que habitaban tierra adentro tenían menos relación con los dioses de los mares que las que lo hacían en la costa. Interpretaban estos poderes supremos con las palabras y costumbres de sus vidas, y transmitían estos conocimientos a sus descendientes de forma oral.
Cuando los individuos empezaron a emigrar y a desperdigarse, se llevaron consigo su cultura religiosa y se encontraron con la misma u otras similares en las lo que variaba eran los nombres. A veces, las nuevas deidades se añadían a las creencias populares o los recién llegados seguían siendo devotos de los suyos, pero volviendo a bautizar a sus deidades con los nombres de los dioses de los lugares en los que se encontraban. En ocasiones eran los invasores los que traían consigo sus creencias e intentaban imponérselas a los oriundos. Como consecuencia de todo ello, algunos dioses y diosas surgieron y otros cambiaron.
De igual modo, sus nombres, tanto ortográfica como fonéticamente, se han alterado. Las historias también se han transformado o combinado, aunque, en general, todas parten de una misma idea. Esto dio lugar al nacimiento de credos mezclados y a que muchos otros desaparecieran. Así que hoy tenemos muchísimas deidades, pese a que veamos que los temas se repiten hasta la saciedad en las historias y las leyendas. Y es de esta cultura variopinta de la que las brujas “extraen” a sus fuerzas omnipotentes, ¡aunque en realidad son los dioses los que escogen a placer!
Pero antes de que llegues a la etapa de empezar a trabajar con las deidades, es fundamental que entiendas que significa el espíritu, y para conseguirlo tendrás que conocerte y aceptarte al máximo. Porque si no sabes quién eres y te admites tal cual, ¿cómo podrás entender lo que es el gran Espíritu? En la brujería no pensamos que sólo unos poco pueden tratar con los dioses, sino que, a travñes de la concentración y de la perseverancia, todos podemos conseguirlo. Es posible que te parezca que algunos de los siguientes ejercicios no están relacionados con conocer a las deidades, pero son los que otras brujas y yo hemos probado y nos consta que funcionan.
A simple vista, el conocerte puede resultarte obvio, no obstante, todos somos un compuesto de nuestro auténtico “yo”, la educación que hemos recibido y las experiencias que vivimos, cómo nos mostramos ante la gente y lo que ésta espera de nosotros. Para conocernos bien tenemos que ser capaces de identificar estos detalles por separado de forma que los entendamos y sepamos qué lugar ocupan en nuestro interior.
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