martes, 17 de septiembre de 2013

EL BUDISMO Y EL ABORTO...♥

feto

Asunto difícil y tema de discusión encendido y emocionalmente explosivo.

La posición más clara la desvela la maestra zen Barbara O’Brien:

Los budistas generalmente son reacios a intervenir en la decisión personal de una mujer a interrumpir su embarazo. El budismo, sin embargo, desaconseja el aborto pero también desalienta la rígida imposición de los absolutos morales. Esto puede parecer contradictorio. En nuestra cultura, muchos piensan que si algo es moralmente incorrecto debería ser prohibido, pero el criterio budista es que el seguimiento rígido de las normas no es lo que nos convierte en “seres morales” ¿Y dónde quedan en el budismo los derechos humanos? En primer lugar, la visión budista del aborto no incluye un “concepto de derechos”, ya sea un “derecho a la vida” o un “derecho al propio cuerpo”. En parte, esto se debe a que el budismo es una religión muy antigua, y el concepto de los derechos humanos es relativamente reciente.

El budismo dice que la vida “no tiene un comienzo”. Los científicos nos dicen que la vida llegó a este planeta, de alguna manera, hace alrededor de cuatro mil millones de años y desde entonces la vida se ha expresado en diversas formas. Pero nadie ha observado el “principio”. Nosotros, los seres vivos, somos manifestaciones de un proceso ininterrumpido que ha estado ocurriendo durante cuatro mil millones de años, (según nuestro conocimiento actual y temporal). Por eso preguntar ¿cuándo empieza la vida? es una pregunta sin sentido.

Usted podría preguntarse, ¿qué pasa con el alma individual? Una de las preguntas más esenciales y más difíciles de las enseñanzas budistas es anatman o anatta – “sin alma”. El budismo enseña que nuestros cuerpos físicos no están poseídos de un “yo intrínseco”, y que nuestra sensación persistente de nosotros mismos como algo separado del resto del universo es una ilusión. Pero esta no es una enseñanza nihilista. El Buda enseñó que si podemos ver a través de la ilusión del pequeño yo individual, nos damos cuenta de un inmenso “yo” que no está sujeto al nacimiento y la muerte.
¿Qué es el yo?

Nuestros juicios sobre las cuestiones diarias dependen en gran medida la forma en que conceptualizamos. En la cultura occidental observamos a los individuos como “unidades autónomas”. La mayoría de las religiones enseñan que estas unidades autónomas” que están dotadas de un alma. Ya he mencionado la doctrina de la anatman. Según esta doctrina, lo que consideramos como nuestro “yo” es una creación temporal de las skandhas. Las skandhas son atributos o forma: los sentidos, la cognición, la discriminación, la conciencia… que se unen para crear un distintivo, ser vivo. Como no hay alma que tiene que transmigrar de un cuerpo a otro, no hay “reencarnación” en el sentido usual de la palabra. El renacimiento se produce cuando el karma creado por una vida pasada se traslada a otra vida. La mayoría de las escuelas de budismo enseñan que la concepción es el inicio del proceso de renacimiento y que, por tanto, marca el comienzo de la vida de un ser humano.

El Primer Precepto Budista:

El primer precepto de budismo a menudo se traduce como “Me comprometo a abstenerme de destruir la vida”. Algunas escuelas de budismo hacer una distinción entre la vida animal y vegetal, y otras no. Aunque la vida humana es más importante (¿para quién?) nos advierte del precepto de abstenernos de tomar la vida en cualquiera de sus innumerables manifestaciones.

Desde esta perspectiva no hay duda de que la interrupción de un embarazo es un asunto sumamente grave, pero no como “precepto humano” sino como una acción extensiva a la conciencia del que lo hace. Sin embargo ninguna escuela de budismo absolutamente lo prohíbe desde un punto de vista “moral”.
El budismo nos enseña a no imponer nuestras opiniones sobre los demás y a sentir compasión por aquellos que se enfrentan situaciones difíciles. Aunque algunos países predominantemente budistas, como Tailandia, imponen restricciones legales sobre el aborto, muchos budistas no creen que el Estado deba intervenir en asuntos de conciencia, moral o religión.

Entonces, ¿en qué quedamos?

El egoísmo, el deseo y el sufrimiento que puede crear el acto de abortar marca la diferencia entre “prohibir moralmente” y “evitar el sufrimiento y las consecuencias de nuestros actos en cuanto a seres libres”. Somos responsables de nuestros actos y de las consecuencias de los mismos, por eso debemos meditar acerca de nuestras intenciones antes que ceder a nuestros impulsos o deseos, no porque un “dios” pueda “castigarnos” sino porque lo que yo hago no está libre de interacciones con el resto de los seres y con la misma historia que me voy forjando. Somos responsables de nuestros actos. Meditemos sobre ello.

Como sacerdote ortodoxo nunca podré aceptar el aborto y como instructor de filosofía budista tampoco, aunque entre ambas disyuntivas puede existir una respuesta común, no exenta de polémica, lo sé, pero a la que he llegado de forma progresiva tras conciliar “moral” con “meditación”, “creencia” con “reflexión activa”. No se trata de culpar a nadie. Se trata de responsabilizarnos de nuestros actos y ayudar siempre a quien lo necesite. Detrás de cada aborto hay un drama personal o un comportamiento egoísta irreflexivo, nos guste o no. No se trata de posicionarnos desde “trincheras” ideológicas, que separan en lugar de buscar soluciones. No se trata de: “yo decido sobre mi cuerpo” o “yo decido por ti”. Hay un camino que , en mi opinión, debería exaltar la vida, la comprensión y la ayuda mutua.

¿Qué podemos hacer antes de abortar? ¿Qué podemos hacer para evitar el sufrimiento?

AUTOR: Javier Akerman

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