“Mi mujer me viene a ver una vez por año, para saber muchas cosas de mí. Pero se equivoca: en un año no pasa nada importante, mientras que cada día tengo muchas cosas que contarle”.
Un pensamiento de una gran belleza. Casi todas las personas que padecen una enfermedad que las condena a una pronta muerte, se dan cuenta que no son importantes para ellas las grandes cosas, sino las cosas pequeñas, como una flor que se abre, una mariposa que revolotea, una hermosa nube, el sabor de un fruto. Lo que más cuenta en la poca vida que les queda son las cosas efímeras, y como todo es efímero, todo se convierte en un milagroso placer… Cierta vez convencí a una amiga para que entrara en una clínica psiquiátrica, porque veía marchar junto a ella paquetes de cigarrillos con patas. Un día, cuando estaba ya internada, le regalaron una maceta con una planta, al parecer seca. Ella todos los días vertía en su tierra un vaso de agua. Al cabo de dos meses. en la planta creció de pronto una hojita verde. Mi amiga se puso a llorar de alegría. Me contó: “En ese momento comprendí lo que era el amor. Es el gran agradecimiento al otro por existir”. Cuando tuvo este pensamiento, recuperó la razón. Había aprendido a agradecer… Es muy difícil aprender a agradecer. Creemos hacerlo, pero en verdad no agradecemos, creemos que todo no es dado porque lo merecemos. Cuando en la enfermedad se conoce la humildad, nos damos cuenta que la vida y todo nos es dado por un inmenso amor.
-El placer de pensar 117-
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